Euskadi ha vivido muy bien estos últimos años. No es una queja, es una constatación. Ha sabido aprovechar los diputados del PNV en el Congreso de los Diputados para exprimir al máximo la necesidad que tenía el Partido Popular de su insuficiente mayoría parlamentaria. El alma pragmática del PNV ha ganado todas las batallas frente a aquella mirada más idílica pero también más ambiciosa del independentismo catalán. No nos engañemos: el punto de partida de un movimiento y otro era diferente. El independentismo vasco jugaba con dos vectores, si se quiere, complementarios. Cerrar la etapa de ETA sin posible vuelta atrás y reforzar su privilegiada posición económica frente al resto de las autonomías españolas. Hay que decir que en las dos cosas el resultado ha sido muy positivo.
En cambio, el independentismo catalán en el mismo período tenía dos objetivos: un pacto fiscal con España y un referéndum de independencia acordado. En los dos ha fracasado, si bien la consulta la hizo, como es sabido, unilateralmente y también la proclamación de independencia en el Parlament. Sin embargo, Euskadi y Catalunya comparten, más allá de los éxitos de unos y los fracasos de otros, una cosa: el nulo reconocimiento a sus identidades nacionales y su derecho a la autodeterminación. La pregunta es ¿se puede renunciar a ello?
La celebración este domingo de una cadena humana de 202 kilómetros que ha unido San Sebastián, Bilbao y Vitoria por el derecho a decidir, y en la que han participado unas 100.000 personas, recuerda mucho la Via Catalana hacia la independencia que, en 2013, unió los 400 kilómetros de norte a sur del país y en la que participaron más de 1,6 millones de personas. La plataforma Gure Esku Dago (El futuro está en nuestras manos) es el equivalente a la Assemblea Nacional de Catalunya (ANC).
En un momento en que el gobierno de Pedro Sánchez acaba de tomar posesión y todos sus esfuerzos están destinados a enquistar el problema de Catalunya con su oposición rotunda al referéndum, el movimiento vasco es esperanzador. Porque a los pocos días de que ganara la moción de censura y superado el empacho emocional de aquellos que creían que el cambio podía ser real, empieza a verse que muy pocas cosas van a modificarse más allá de la estética y de algunas concesiones para ir tirando.
Y, mientras escribo, oigo de fondo al ministro Borrell asegurando que en Catalunya se está al borde de un enfrentamiento civil. El bombero pirómano ha hablado. ¿Era necesario apoyar a un gobierno con un ministro así?