Hay dos maneras bien diferentes de ponerse a escribir una necrológica: a partir del conocimiento directo de la persona que nos ha dejado, de anécdotas o episodios vividos a lo largo de los años, o en base a un saber indirecto, fruto de la lectura siempre parcial de la bibliografía que pueda existir, de las entrevistas que hubiera realizado o de intervenciones públicas. A Marta Ferrusola Lladós, fallecida este lunes a la edad de 89 años, esposa del president Jordi Pujol, con el que se casó en 1956, madre de los siete hijos del matrimonio, la conocí en los años setenta, en Premià de Dalt, en el Maresme, donde la familia solía pasar una parte del verano, además de en Queralbs, en el Pirineo. Fue justo cuando su marido había dado el primer paso para ir dejando Banca Catalana y dedicarse a la política. No era difícil darse cuenta desde el primer momento de que era la matriarca de la familia y que era una mujer de carácter. Hoy se diría, seguramente, muy temperamental. Aquel encuentro y muchos otros posteriores, ella como mujer omnipresente del president de la Generalitat y yo como periodista de información política, me permitieron trazar un perfil mucho más completo de Ferrusola: profundamente catalanista, muy religiosa, conservadora y tradicionalista, disciplinada, exigente, astuta, política, intuitiva y activista.

La crítica más ácida contra el pujolismo la escogió ya hace muchos años como la diana preferida a la que iban a ir dirigidos todos sus dardos. La había señalado ya en los años ochenta, mucho tiempo antes de las acusaciones de corrupción que se produjeron contra el president Jordi Pujol y su familia, en medio de una implacable persecución judicial y de las cuales no sabemos aún que hay de cierto, y sí que responde a un montaje policial para desbaratar el movimiento independentista. Aquel protagonismo ubicuo, ocupando un inexistente papel de primera dama, molestaba especialmente a la izquierda catalana, mientras la engrasada maquinaria pujolista seguía ganando una elección tras otra. Sea como fuera, Ferrusola quedó enseguida encasillada por una parte importante de la opinión pública como la implacable Marta. Algo que, en el fondo, no era otra cosa para muchos que un intento de rescatar a Pujol de las llamaradas que pretendían acabar con la persona y su ingente obra política. Un Alzheimer detectado en junio de 2019 ha hecho mucho más llevaderos sus últimos años de vida, pese a la enfermedad, y ha rebajado el impacto de ser la diana a la que iban dirigidos todos los dardos.

De Ferrusola se han hecho estas últimas horas muchos retratos viciados que son más una caricatura del personaje que una aproximación a la realidad

Ferrusola formaba parte de una generación en que algunas pocas mujeres de mandatarios en activo eran profusamente conocidas por sus apellidos en la opinión pública. En Catalunya, como ella, tan solo Diana Garrigosa, la esposa, también fallecida, del president Pasqual Maragall, había sido capaz de cruzar el listón del conocimiento masivo. Del resto de mujeres de los otros presidentes de la Generalitat habidos desde 1980, quizás solo traspasó también esta difusa frontera Helena Rakòsnik, esposa del 129 president de la Generalitat, Artur Mas. En España ha sucedido algo parecido, y excepto Ana Botella, mujer de José María Aznar, y ahora más recientemente con Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez, y por razones muy diferentes, sus nombres han quedado en el anonimato. De hecho, en Queralbs, Pujol es conocido como "l'home —el marido— de la Marta".

De Ferrusola se han hecho estas últimas horas muchos retratos viciados que son más una caricatura del personaje que una aproximación a la realidad. En muchos casos, de declaraciones que había hecho hace varias décadas y que han sido pasadas y analizadas por el tamiz de haber sido efectuadas por un mandatario político y no por una ama de casa, explosiva e influyente, y que no tenía el corsé de la prudencia de un hombre público. Fue decisiva en las seis victorias electorales de Jordi Pujol, que le convirtieron en un presidente longevo y un gobernante imbatible entre 1980 y 2003, cuando dio paso a Artur Mas. También jugó un papel activo en desencuentros trascendentes en la historia del país, como el de Jordi Pujol y Miquel Roca, el mundo convergente y el socialista o el de un cierto espacio empresarial catalán con el entonces president. Era en ese punto donde Ferrusola emergía como la guardiana del pujolismo, sin matices, inflexible y catalanista granítica.