La noticia de que el president Jordi Pujol, de 92 años, estaba siendo operado en el Hospital de Sant Pau de Barcelona de una isquemia cerebral y que el objetivo de los médicos era limpiar el coágulo que se había generado y revascularizar el cerebro, nos ha dejado tocados a todos aquellos que, muchas veces desde la discrepancia y otras desde el afecto, hemos tenido la oportunidad de conocer de cerca a quien es, sin ningún género de duda, la figura política catalana más destacada de las últimas décadas. La Catalunya del siglo XXI, la que ha plantado cara al Estado español para convertirse en un Estado independiente, no sería la que es sin la ingente labor nacionalizadora de la sociedad que impulsó el catalanismo, mejor dicho, el nacionalismo, como columna vertebral para defender la lengua y las instituciones catalanas.
Pujol ha declarado siempre que él no era independentista porque en su generación eran muy pocos los que creían que podían doblar al Estado español. Pero la política son hechos y obra de gobierno. Y es ahí donde los pasos dados para no ser dependientes son incontables. También los pulsos y los desafíos. Si no, ¿cómo se hubiera hecho la actual Corporació Catalana de Mitjans de Comunicació? Bajando la cabeza y aceptando las migajas de Madrid, seguro que no. Decía el president Josep Tarradellas, una vez que alguien le preguntó por qué no le hacía un pulso al gobierno del entonces presidente Adolfo Suárez, en un tema relacionado con las diputaciones: "Mire usted, tengo 80 años y las batallas con España siempre se pierden". Esa era la mentalidad de aquella época y quizás lo único que podía hacer Jordi Pujol en aquellos años era sembrar para que otra generación recogiera los frutos. ¿O no habría habido una diferencia si en 1980 hubiera ganado las elecciones Joan Reventós en vez de Jordi Pujol? ¿Alguien es capaz de sostenerlo con la más mínima convicción?
Este mismo fin de semana, Jordi Pujol, que ya había superado la fase más dura del ostracismo de estos últimos años y había normalizado su presencia en actos públicos, hablaba de su legado y lo hacía con una cierta preocupación. Por otro lado, con la inquietud lógica de que ha sido indiscutiblemente un referente político y tiene en su haber una obra de gobierno de 23 años. Ese legado es normal que tenga desafectos y críticos, como no puede ser de otra manera en una sociedad plural como la catalana y que se expresa políticamente desde la ultraderecha de Vox hasta los anticapitalistas de la CUP. Pero es un error pensar que este es el sentimiento mayoritario de la sociedad catalana, capaz de distinguir entre un error personal y una gestión política que entonces tenía una entidad y un sentido, también un sentido de Estado, que hoy cuesta de encontrar. Aquella Generalitat que a veces era más una ilusión que un centro real de poder y otras veces tenía un poder tan grande que en el extranjero preferían conocer la opinión de Pujol que la del presidente del gobierno español, tenía entidad suficiente para que a nadie dejara indiferente.
Ahora, Pujol, se recupera de la operación de un ictus grave y los médicos están esperanzados. Con el interrogante no menor de si deja secuelas y afectación en la zona que rige el habla y la escritura. Ello dependerá del tiempo en que el cerebro esté en isquemia. La agenda del president Pujol volvía a estar a la vuelta del verano más llena que nunca de personas de ideologías diferentes que aún seguían buscando en él un signo de aprobación o de complicidad. "Jo no faig política", decía últimamente siempre un insaciable Pujol que sabía perfectamente casi todo lo que unos y otros le iban a explicar. Era su frase más usada y una muestra de cómo a los 92 años se puede seguir siendo un indiscutible referente.