Cuando el 13 de marzo de 2013 el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio fue designado el 266 Papa de la Iglesia Católica, su nombramiento fue una sorpresa al ser el primer no europeo desde el año 741 en ocupar el cargo. Ni los más optimistas podían pensar en aquel entonces que el papa Francisco sería capaz primero de gestionar una situación realmente novedosa como la inesperada renuncia de su antecesor en la cátedra de San Pedro, el después Papa Emérito Benedicto XVI y, después, convertirse en el sumo pontífice que iniciaría, en muchos aspectos, un camino de reformas y apertura de la iglesia católica, especialmente hacia los más pobres y los más desfavorecidos.
Esta actitud valiente después de dos papas como Juan Pablo II y Benedicto XVI, de talante mucho más conservador, le ocasionó no pocos problemas con los sectores más reaccionarios de la Iglesia que aprovechaban cualquier gesto suyo en defensa de las minorías o de la paz —sin duda, una de sus permanentes obsesiones— para marcar distancia. No deja de ser curioso que su última audiencia privada, horas antes de su fallecimiento, fuera con el vicepresidente norteamericano JD Vance, con el que, pese a su catolicismo practicante y militante, mantenía una posición distante por el trato a la migración. El papa Francisco había reprochado a la administración Trump su política de deportaciones, en un gesto llamativo y poco habitual. Esta reprimenda no había gustado en Washington y menos aún que lo hubiera hecho en forma de carta a los obispos estadounidenses.
El cónclave deberá decidir entre un papa que continúe el legado de Francisco o más en la línea de sus antecesores, Juan Pablo II y Benedicto XVI
El cónclave que se reunirá en unas dos semanas después del velatorio, funeral y entierro para decidir el sucesor deberá escoger entre un papa que continúe el legado de Francisco o un nuevo titular de la Santa Sede más en línea con sus predecesores. El hecho de que entre los tres últimos papas hayan gobernado la iglesia católica durante 47 años ya da una idea de la trascendencia de esa elección. Los tiempos especialmente convulsos como los actuales necesitan una voz potente que sepa mantener una independencia de criterio, alejado de la ola política que está marcando el ritmo del mundo.
Los 137 cardenales menores de 80 años con derecho a voto y que se reunirán en la Capilla Sixtina lo harán inmersos en un período de guerra y de dimensiones desproporcionadas en muchos lugares del planeta. Tanto es así que nunca se había hablado tanto de la tercera guerra mundial como en la actualidad. También en un momento en que los Estados multiplican los presupuestos de defensa como nunca antes. El papa, que no tiene ejército propiamente dicho más allá de la Guardia Suiza Pontificia, dispone de un ejército invisible de alrededor de 2.300 millones de personas que practican el cristianismo. No es poco en un momento en que la palabra paz acaba siendo tan importante.