La declaración pública de Arnaldo Otegi pidiendo perdón a las víctimas causadas por la violencia de ETA y su contundente manifestación de que EH Bildu siente su dolor y nunca se tendría que haber producido supone la condena más importante nunca llevada a cabo desde la izquierda abertzale. El trabajo realizado para la resolución del conflicto político en el País Vasco cristaliza en esta frase, que bienvenida es cuando llega y que unos considerarán tardía y otros un error. Pero da carpetazo a una demanda muchas veces solicitada por amplios sectores de la sociedad vasca y que hace ya una década que inició el arduo camino de la reconciliación.
Son tan solo 66 palabras leídas en 31 segundos, pero que recogen un arrepentimiento público que tiene, sin duda, un valor y un significado especial. Dice así: "Una mención especial y específica a las víctimas causadas por la violencia de ETA. Queremos trasladarles nuestro pesar y dolor por el sufrimiento padecido. Sentimos su dolor y, desde este sentimiento sincero, afirmamos que el mismo nunca debió haberse producido y que a nadie puede satisfacer que todo aquello sucediera, ni que se hubiera prolongado tanto en el tiempo. Debíamos haber logrado llegar antes a Aiete" [el palacio donde se celebró el 17 de octubre de 2011 la Conferencia Internacional para promover la resolución del conflicto en el País Vasco].
En cualquier otro país, las palabras de Otegi y su apuesta radical por las vías pacíficas serían motivo de alborozo para el conjunto de la clase política. Solo en España eso no sucede y la derecha, que habita extramuros de la realidad cotidiana, parece estar siempre en condiciones de demostrar que su actitud de cuanto peor mejor es fija y permanente. Sin fecha de caducidad. Forma parte de la columna vertebral de su ideario el no pasar página y vivir anclada permanentemente en el pasado. Con esta actitud, el País Vasco no habría dado pasos irreversibles hacia un futuro diferente y no habría conseguido superar el enorme dolor vivido, las injustas muertes producidas y la fractura de la sociedad.
Nada va a cambiar del pasado, pero sí se puede construir un futuro diferente. Con estos pocos mimbres, un enorme cansancio en la población, el implacable desgaste que supuso en la recta final de ETA su pérdida de apoyo social y la permanente desarticulación policial de su cúpula dirigente, la organización terrorista tocó a su fin. El miedo de muchas décadas, palpable en todos y cada uno de los rincones del País Vasco, dio paso a una esperanza que se tenía que trabajar y que debía cuajar en un compromiso claro e irreversible por la política y su participación en las instituciones democráticas.
En días como el de este lunes uno puede comprobar que, con tenacidad y esperanza, ganar el futuro es posible. Y que hay pasos en el camino hacia la reconciliación que son muy esperados y, en consecuencia, muy importantes.