Ha declarado Pedro Sánchez, en el Congreso de los Diputados, que el índice de ejecución en Catalunya, por parte de su gobierno, de los presupuestos generales del Estado (PGE) debe mejorar. Lo ha señalado en el transcurso de un debate parlamentario para informar del Consejo Europeo ordinario, celebrado el pasado mes de marzo, y que tenía como tema de discusión la ayuda española a Ucrania y la guerra entre Israel y Hamás. Y lo ha hecho con aquella desgana de quien contesta básicamente para tener tranquilos a sus aliados independentistas y, de una manera un punto soberbia, explicarles que se producen demasiados cuellos de botella, que han subido los precios de las materias primas, que no tienen nada contra Catalunya y que tampoco es tan extraño, ya que la Generalitat también tiene sus problemas a la hora de ejecutar la inversión de sus propios presupuestos.
Si solo fuera mejorar, como el presidente español indica, podríamos los catalanes estar tranquilos. También si acabara de llegar al cargo, pero resulta que este mes de junio se cumplirán seis años desde su llegada al Palacio de la Moncloa y que no está de más recordar que ello se produjo gracias a una moción de censura que no hubiera podido salir adelante sin el apoyo de los partidos nacionalistas e independentistas. Desde aquel mes de junio de 2018 han sucedido muchas cosas, entre otras, varias elecciones, pero la ejecución de lo presupuestado para Catalunya ha seguido invariablemente estando en la cola. Hay todo tipo de datos y en ninguno de ellos sale Sánchez bien librado. Hablo, lógicamente, de estudios hechos por distintos organismos al final de los ejercicios presupuestarios. No de las múltiples ruedas de prensa en las que se han vendido en forma de promesas cosas que nunca han acabado siendo como se han presentado.
Hablemos de datos, aunque solo sea para poder nuevamente escandalizarnos. En el año 2022 se ejecutó el 42,9% de los PGE para inversiones en Catalunya. Fue la segunda peor cifra desde 2015 y la media estatal territorializada fue del 73,2%. Pero es que la peor cifra de este período fue la de 2021, en que Catalunya volvió a ser, por segundo año consecutivo, la comunidad autónoma con un grado de ejecución más bajo. Estamos hablando del 35,8%, un porcentaje que pone los pelos de punta.
El porcentaje de ejecución (regionalizable) medio de Catalunya en el periodo 2015-2022 fue del 57,4%, una cifra inferior a la media del conjunto del Estado (71%). Dos últimos datos. La Generalitat cifra en un total de 2.738 millones las inversiones del Estado no ejecutadas por el gobierno de Pedro Sánchez, una estimación que incluye el período 2018-2021, ya que el Estado no ha facilitado aún los datos sobre la ejecución presupuestaria de 2022 y mucho menos de 2023. Desde Foment del Treball se calcula que desde el 2013 al 2020, la ejecución presupuestaria del Estado en Catalunya ha sido del 67,1%, con lo cual se acumula un déficit aproximado de 3.070 millones de euros entre inversión presupuestada e inversión finalmente liquidada.
El debate sobre la financiación se podría tener en serio y en otro contexto si Catalunya recibiera simplemente lo que es suyo
Todos estos datos deberían provocar una auténtica revuelta ciudadana. Es muy difícil poder cumplir con las necesidades que los ciudadanos de Catalunya merecen con un permanente menosprecio por parte de los diferentes gobiernos del Estado. Y aquí no entra el déficit fiscal que ya se acerca a los 22.000 millones anuales. Debería ser una reivindicación compartida de la clase política catalana, como lo es en Euskadi, donde las discrepancias empiezan fuera del concierto y los partidos que no se han sumado a él han sido penalizados por los electores, como Ciudadanos o Vox. En cambio, en Catalunya, los partidos españolistas prefieren hablar de las oficinas de la Generalitat en el extranjero, del coste de TV3 o de las ayudas al catalán. Un acto de cinismo, ya que este debate se podría tener en serio y en otro contexto si Catalunya recibiera simplemente lo que es suyo. O, incluso, lo que le toca después de la cuota de solidaridad que aporta.
Hace años que este es un debate inaplazable. La obligación de la mayoría es situarlo de una vez por todas en primer lugar.