Cincuenta minutos de discurso han sido suficientes para conocer cuales son los elementos centrales de la acción política que piensa llevar a cabo, desde el Palau de la Generalitat, el diputado Quim Torra, que ha solicitado este sábado la confianza de los diputados del Parlament: cumplir el mandato del 1 de octubre, dar contenido a la República catalana aprobada por la Cámara catalana el pasado 27-O y no materializada por el Govern y elaborar una propuesta de Constitución catalana. Aspiramos a todo porque lo queremos todo, dijo solemnemente el candidato. Y esta frase como legado global de su intervención recoge sin ambages el resultado de las elecciones del pasado 21 de diciembre: la mayoría independentista otorgada por los electores catalanes en unas condiciones de enormes dificultades no se debe desaprovechar.
Torra apostó por un discurso que miraba el país desde un periscopio: sus valores democráticos, su identidad, su economía, sus ideales, sus ambiciones, sus déficits, sus insuficiencias, su cultura, su lengua, su modernidad, su talante, sus problemas, sus retos sociales y tecnológicos, sus ciudadanos y su futuro. Sobre todo su futuro. Hizo un discurso opinable, como cualquier pieza oratoria. Pero de un indiscutible nivel político, cultural y ético. Solo las personas cultas y de una sólida formación pueden llevar a cabo de su propio puño y letra una intervención como la del candidato. Cae así el mantra más escuchado desde que se supo que Torra iba a ser el candidato. Solo los que lo ignoran todo y no saben nada pueden considerar titella a quien asienta en los valores culturales una acción política y en la lealtad sus valores personales. La respuesta es mucho más sencilla y está en esta frase: "Persistiremos, insistiremos e investiremos [a Puigdemont]".
Por primera vez desde el inicio de la legislatura y por la solemnidad de la sesión se ha hecho evidente desde la tribuna de oradores que aunque todo ha cambiado, nada ha cambiado. Han cambiado las personas ciertamente pero no ha cambiado las ideas, el proyecto republicano. Hemos pasado del Ja soc aquí de Josep Tarradellas al Jo no tindria que ser aquí de Quim Torra. En estas dos frases se resume la historia: el 23 de octubre de 1977 retornaba a Catalunya desde su exilio francés el viejo republicano, después de que el Estado aceptara restaurar la Generalitat tras las elecciones del 15-J y un año antes de que se aprobara la Constitución española. Y el 27 de octubre de 2017 el Senado aprobaba el artículo 155 que permitía al gobierno español y a Mariano Rajoy suprimir la autonomía, cesar al president y al Govern y desmantelar las instituciones catalanas.
El discurso de Torra es una luz para el independentismo y una indigestión para el españolismo. Nada que deba sorprender a aquellos que le conocen. Su mensaje directo al rey Felipe VI en castellano, el día siguiente de que en una encuesta del CEO considerara la monarquia española la institución peor valorada y su tu titular fuera calificado con un cero, no podía ser más contundente: "Majestad, así no". Que era un no al discurso televisivo del monarca del 3 de octubre, un no a la represión del independentismo en Catalunya, uno no la justicia desacreditada en Europa y un no a un gobierno que ha hecho bandera del no diálogo. También se dirigió directamente a Mariano Rajoy reclamándole un diálogo de gobierno a gobierno y al presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, le ha agradecido sus últimas palabras reclamando diálogo pero le ha reprochado el silencio de las instituciones europeas ante los gravísimos hechos que se han producido en Catalunya.
Es probable, no es seguro, con la CUP no hay nada seguro, que Torra obtenga la investidura en segunda votación este lunes. De hecho, muchos pensarán que este discurso debería ser suficiente para que los diputados cupaires lo voten hoy mismo. Pero tendremos que esperar al pleno del lunes para una cosa u otra. Y si Torra puede dar vida a una de sus últimas frases: Catalunya y la república son ideales ya para siempre inseparables.