La contundente respuesta del president de la Generalitat, Quim Torra, al rey Felipe VI, al afirmar que nunca es tarde para pedir perdón pero que ya no es el rey de los catalanes demuestra tres cosas. La primera, que la declaración efectuada al inicio de los Juegos del Mediterráneo, considerando persona non grata al monarca y anunciando que la Generalitat no asistiría a actos organizados por la monarquía española y que tampoco se invitaría al jefe del Estado a ninguno de los que organizara el Govern iba muy en serio y no era fruto de un calentón del momento. Segundo, la convicción de que la declaración del presidente del Parlament balear, Baltasar Picornell, el pasado lunes a la salida de la audiencia con el Rey, señalando que Felipe VI estaba dispuesto a dialogar con los partidos independentistas, era un brindis al sol ya que ni hay conversaciones con la Casa Real ni tampoco una invitación. Es más: desde la negativa a recibir en la Zarzuela en enero de 2016 a la presidenta Carme Forcadell ―por cierto, hoy también en prisión― para que le comunicara la designación por el Parlament del president de la Generalitat, la actitud del titular de la Corona española siempre ha sido de una gran descortesía institucional. Así, hasta hoy.
Y, en tercer lugar, la creencia muy generalizada en el independentismo de que el descrédito internacional de la monarquía puede acabar obligando a un movimiento en el tema de los presos y de los exiliados si quiere recuperar una parte del crédito perdido. Hoy la familia real española ya no aparece en los medios de comunicación internacionales y en muchos de los españoles ―sobre todo si uno se aleja de los diarios de papel― por sus vacaciones estivales en Mallorca sino por la estancia en la prisión de Brieva de Iñaki Urdangarin. O por la bomba informativa que ha hecho explosionar Corinna zu Sayn-Wittgenstein y que afecta directamente a la honorabilidad de Juan Carlos I y sus negocios durante los años que estuvo al frente de la jefatura del Estado. La prensa internacional tiene puesto el foco en este tema y, ciertamente, no salen bien librados ni el Rey ni la Reina.
Las tres ideas unidas son suficientemente poderosas para que el Govern no quiera pasar a un segundo plano esta cuestión y en las negociaciones con el gobierno español, junto a la liberación de los presos y exiliados, también esté la carpeta de exigencia de disculpas al Rey por su discurso del 3 de octubre. El equipo de Pedro Sánchez, con numerosos asuntos encima de su mesa, no solo los catalanes, trata de rebajar sin éxito la distancia del Govern con el Rey, que, además, molesta especialmente al entorno de Felipe VI. "Que muevan ficha y que no esperen mucho", exclaman desde el Govern. "Todo lo que sea después del 20 de agosto será más difícil; tendrían que aprovechar la canícula estival", agregan.
Son ciertamente opiniones y nada más. Porque la convicción de que no habrá ningún movimiento es alta. Pero la puerta, siempre hay que dejarla abierta, creen.