En esta España idílica en que todas las mentiras sobre la monarquía van pasando como si fueran noticias de verdad hemos sabido este viernes que un desinteresado grupo de amigos de Juan Carlos I le ha prestado 4.395.901,96 euros para realizar una declaración complementaria a Hacienda y saldar así la deuda que tenía con el Fisco por unos viajes al extranjero durante once años. El montante asciende a unos ocho millones de euros que había pagado durante estos últimos años la Fundación Zagatka, que preside su primo Álvaro de Orleans. Era el segundo pago a las arcas públicas ya que el pasado diciembre el rey emérito ya abonó 678.393 euros por otro fraude fiscal. Por en medio hay tres causas judiciales en el Tribunal Supremo que tienen que ver con las comisiones del Ave a La Meca, unas cuentas opacas en la isla británica de Jersey y las denominadas tarjetas black, una donación de un empresario mejicano. También están abiertas otras investigaciones judiciales en Suiza que siguen el rastro de diversas irregularidades sobre una fortuna que The New York Times ha situado en 2012 en unos 2.300 millones de dólares.
No se han facilitado nombres de los amigos desinteresados que han prestado el dinero al Emérito para regularizar su deuda con Hacienda. Sí que se ha aclarado que no era una donación sino un préstamo, una manera de que los donantes no tengan que tributar. Es bastante obvio que los generosos amigos no se tienen que preocupar, ya que de una manera o de otra serán resarcidos y, cuando se habla a estos niveles, no hay una única manera. España se ha ido acostumbrando a saber que tuvo durante casi cuarenta años un rey corrupto, carente de ética y de moral.
Ya nada sorprende a los sufridos contribuyentes que hacen números, muy difíciles por cierto en estos tiempos, con Hacienda. De mucha más difícil digestión es que un representante democrático como el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se refiera a la regularización de un fraude como una conducta incívica cuando no es otra cosa que una conducta delictiva. Incívico es quemar contenedores o destrozar escaparates y no el hecho de regularizar, entre unas cosas y otras, cinco millones de euros. No es lo mismo. Sobre todo, si además, ha tenido la suerte, por llamarlo suavemente, de que Hacienda se lo haya tomado con calma. Aunque la noticia se conoció hace un año por la prensa aún ha llegado a tiempo de poder presentar la complementaria antes de que hubiera una actuación contra él. Eso sí que es tener la suerte de cara y coger despistado al Fisco.
Este movimiento, a buen seguro, acabará blindando una investigación sobre la Fundación Zagatka que, para los no conocedores, es aquella en la que aparecía Felipe VI como cuarto beneficiario, detrás de su padre, y que está domiciliada en Liechtenstein. Cuando se supo, el actual rey tuvo que distanciarse y decir que renunciaba como beneficiario, algo que como es sabido no es más que una declaración de intenciones ya que no se puede renunciar con antelación a ser el beneficiario real. Por cierto, Sánchez, en su papel de protector del rey desnudo, junto a su impropia declaración de acto incívico, destacó un antes y un después con la llegada de Felipe VI a la jefatura del Estado y las medidas que está llevando a cabo sobre la transparencia y el buen uso público. Unas palabras que de ser ciertas deberían permitir comisiones de investigación en el Parlamento y no rechazo, como se lleva produciendo en varias ocasiones en los últimos tiempos.
Por cierto: ¿a qué venían hace solo dos días los elogios a su padre por parte del actual monarca con motivo del 23-F, del que ya sabemos ahora que hay mucho más a callar que a explicar? ¿No será que solo con carantoñas como estas se podrá evitar que el emérito cansado de su exilio de lujo en los Emiratos Árabes Unidos se persone en Madrid y acabe de desestabilizar la tambaleante monarquía?