Que la huida de Juan Carlos I a los Emiratos Árabes Unidos no tendrá un buen final, lo sabe todo el mundo. El exilio forzado, una vez pusieron al descubierto Suiza y el Reino Unido la corrupción endémica de la familia real española desde hacía décadas, ha deshonrado al rey emérito, lo ha convertido en una molestia para su familia, un quebradero de cabeza para Pedro Sánchez y un problema para la Justicia y la Hacienda española. Ahora dice, como cada vez que se acercan las Navidades, que quiere volver a España. No solo a Madrid sino al mismo palacio de la Zarzuela y también reclama que se le devuelva la asignación que recibía de los presupuestos generales del Estado y que se le suspendió.
Para los que no hayan visto el final de la serie televisiva La Casa de Papel, que acaba de estrenar los últimos cinco capítulos de la quinta temporada, me ahorraré hacer ningún spoiler, comentaré tan solo lo bien trabado que queda el desenlace cuando se introduce la picaresca española y El lazarillo de Tormes para entender que en España todo es posible. También para hacer frente a un problema de Estado.
¿Qué es el rey emérito sino un pícaro que ha utilizado la Transición española para enriquecerse a manos llenas mientras predicaba la honradez en la vida pública? El pícaro mayor del reino, rango que ya nadie le puede disputar. Explica el monárquico José Antonio Zarzalejos este martes que Juan Carlos I ya se ha puesto manos a la obra y que en su pliego de exigencias está el retorno a su residencia de la Zarzuela, que por cierto, comparte con su hijo Felipe VI y su familia, y que le sea devuelta la asignación económica que le pagábamos todos los ciudadanos a través de los presupuestos generales del Estado y que asciende a unos 200.000 euros.
Todo ello, en medio de la vista que se ha celebrado este martes en el Tribunal Superior de Londres a raíz de la demanda de Corinna Larsen que acusa a Juan Carlos I de acoso desde 2012. El abogado de la princesa sostiene que no le sirve la inmunidad porque ya no es jefe de Estado mientras que el letrado del emérito ha aducido justamente su inmunidad para evitar ser juzgado. El caso ha quedado visto para sentencia. Mientras, en España, se archivan los casos o se retrasan, una y otra vez, para evitar quedar ante la opinión pública mundial como un país con hechuras de bananero.
Veremos qué hace el tribunal londinense y si la bomba ambulante del emérito acaba explotando, por un lado, u otro. Materia, a la vista está, hay más que de sobras.