La Andalucía socialista, aquel granero de votos del PSOE que con Felipe y Guerra era un bastión inexpugnable y con Chaves y Griñán una gran comunidad autónoma asegurada elección tras elección, ha pasado a los libros de historia. Las ocho provincias andaluzas han caído este domingo del lado del Partido Popular, incluida Sevilla, que por primera vez la ha perdido el PSOE en unas elecciones autonómicas, desde las primeras celebradas en 1982. El PP, con más del 42% de los votos y una mayoría absoluta en el Parlamento de 58 escaños, tres más de los necesarios, obtiene unos resultados históricos y su candidato, Juanma Moreno, que ha hecho campaña con la bandera andaluza y no con el azul y la gaviota popular, ha ganado desde el centro absorbiendo el crecimiento que daban las encuestas a Vox. Desaparece Ciudadanos: el partido del odio que nació para provocar la fractura de la sociedad catalana y convertir el debate sobre la lengua en una cuestión judicial y no académica pierde los 21 escaños que tenía en la cámara autonómica andaluza.
El huracán Bonilla en Andalucía ha debido provocar un apagón generalizado en la sede del PSOE de la calle Ferraz y en el palacio de la Moncloa. No en vano, la estrategia socialista en Andalucía lleva el sello personal de Pedro Sánchez, y se remonta a su confrontación con Susana Díaz y la elección como candidato del ex alcalde de Sevilla Juan Espadas. Los socialistas no es que hayan perdido Andalucía, cosa que por lo que respecta al gobierno ya sucedió en 2018, es que si en aquella ocasión todavía adelantaron al PP en las urnas por siete puntos ahora han quedado por debajo por la friolera de 18 puntos. La estrategia socialista puesta en marcha estos últimos días de salvar al soldado Sánchez, ante el vendaval conservador que se veía venir, no le protegerá de las enormes dificultades que se le vienen encima a partir de ahora con una crisis económica más que evidente y sin mayoría parlamentaria garantizada, a menos que Esquerra Republicana no vuelva a darles sus votos en el Congreso de los Diputados.
Las elecciones andaluzas tienen para el PP el efecto contrario al del PSOE en España: Alberto Núñez Feijóo, que llegó hace pocos meses a la sede de la calle Génova para sustituir al diezmado Pablo Casado después de su confrontación con Isabel Díaz Ayuso, tiene un inesperado horizonte de acceso relativamente cómodo a la Moncloa. Los comicios de este domingo también demuestran otra cosa: a Vox se le puede contener electoralmente ya que si bien es cierto que ha pasado de 12 a 14 escaños, no es imprescindible como deseaba y se ha quedado lejos de los 20 escaños que le atribuían las encuestas. Ha pasado como en Madrid: cuando la derecha tiene opciones reales de gobernar, hay una decantación de votantes de la derecha extrema hacia el PP que perjudica a la formación de ultraderecha.
La derrota del PSOE lo es por extensión de toda la izquierda ya que los resultados de Por Andalucía -cinco escaños- y Adelante Andalucía -2 parlamentarios- son muy pobres, quedando lejos de los 17 que obtuvieron los morados en 2018 con una única lista. Y es que, además, la suma de los tres partidos de la izquierda queda en el 36% de los votos y los del PP y Vox sumados se acercan al 57%. Todos estos datos hacen imposible que Pedro Sánchez escape a la crisis que se va a abrir en el gobierno español, al miedo electoral que le va a entrar a los barones socialistas ante las elecciones municipales y autonómicas del próximo año y al inevitable cambio de gobierno antes de las vacaciones.
Porque, la crisis económica y su gestión va a penalizar durante un tiempo a la mayoría de los gobernantes. Ha pasado con Sánchez en Andalucía y con Macron en Francia, donde su partido ha perdido la mayoría absoluta y se le abre una gestión política de la legislatura nada fácil. Con una izquierda liderada por Mélenchon, que tiene el segundo grupo de la Cámara legislativa y con la extrema derecha de Marine Le Pen no solo con grupo parlamentario propio sino como la tercera formación política. Gobernar a partir de ahora va a ser una asignatura de alto riesgo.