Pues sí. Qué quieren que les diga. Oír los alegatos serenos, de una gran dignidad y entereza democrática, de una emotividad muy difícil de explicar en unas pocas líneas, de personas con convicciones democráticas profundas, así, durante más de dos horas, en un documento para la historia, ha sido muy duro. Nada te prepara para ver cómo se aprestan a recibir condenas severísimas personas a las que tienes afecto y con las que has compartido durante años muchas horas. Con todas ellas, con unos más y con otros menos. Personas todas ellas sin ninguna voluntad de mártires pero que no tienen un reproche, un mal gesto, una palabra subida de tono.
Dirigentes políticos y sociales que aceptan su destino como eslabones de una cadena por la lucha nacional de Catalunya, por las libertades, y por el reconocimiento del derecho a la autodeterminación, algo que hoy se traduce en acordar un referéndum. Antes el catalanismo y hoy el independentismo tienen una característica fundamental: la perseverancia. Algo que, en los peores momentos, en los más difíciles, hace que emerja luz de las tinieblas. Aquello que un Mariano Rajoy desbordado por la hiperactividad de iniciativas de las bases del independentismo no encontró otra frase mejor para explicar que con aquel "los catalanes hacen cosas".
A veces es un discurso, otras un gesto o una simple mirada. En esta ocasión, una frase. La pronunciada por el presidente de Òmnium Cultural, Jordi Cuixart, tras 604 noches en la cárcel -el que más días lleva en prisión provisional con Jordi Sànchez- y con su vehemencia característica: "Ho tornarem a fer". Cuixart hablaba por él solo pero recogía en estas cuatro palabras el kilómetro cero de la nueva etapa que ahora se inicia y que se avanza a las sentencias. Fecha: 12 de junio de 2019.
Fueron horas de mucha tensión ya que a diferencia de los fiscales o el resto de acusaciones que se han limitado a hacer su trabajo o el que les han encomendado sus superiores, los doce demócratas sentados en el banco de los acusados, cada uno con sus vivencias personales y su propia situación -nueve de ellos en prisión, tres en libertad- tenían marcado el día de su alegato final desde hace muchas semanas y habían trabajado a fondo lo que iban a decir en los quince minutos que les dio el Tribunal Supremo para su intervención. Tampoco protestaron por el escaso tiempo concedido por el juez Marchena y todos dejaron una idea con la que poder construir una crónica de sus palabras.
Uno a uno, Oriol Junqueras, Raül Romeva, Quim Forn, Jordi Turull, Josep Rull, Jordi Sànchez, Carme Forcadell, Dolors Bassa, Jordi Cuixart, Santi Vila, Meritxell Borràs y Carles Mundó se sentaron en aquella pequeña mesa que hay enfrente del Tribunal y se defendieron de las acusaciones y de las enormes mentiras que se han escuchado durante cuatro meses y cincuenta y dos sesiones, casi todas de mañana y tarde.
Incluso en una sala como la del Tribunal Supremo y ante unos magistrados aparentemente insensibles a lo que allí estaba pasando, los alegatos de todos ellos resonaban y resonaban entre aquellas cuatro paredes que lo han visto todo en su larga historia. ¿Cómo será que aunque el año tiene 365 días incluso los días son los mismos? El 6 de junio de 1935 el Tribunal de Garantias Constitucionales condenaba por diez votos a favor y ocho en contra a Lluís Companys y a los miembros del Govern a 30 años de reclusión mayor e inhabilitación absoluta. El número 163 de la Gaceta de Madrid de fecha ¡12 de junio! de aquel mismo año lo publicaba en las páginas 2123 y siguientes y recogía el voto particular de los jueces disidentes que pedían la absolución con un argumento que bien podría valer para hoy en día: "Debe absolverse a los procesados, cuya conducta solo podrá ser enjuiciada por la opinión pública en el campo de la política y por la Historia".