Este juicio no debe empezar. Quizás sea esta frase del abogado Benet Salellas, de la defensa de Jordi Cuixart, la que define mejor y en pocas palabras lo que uno puede pensar después de seguir la primera jornada del juicio al procés. Unas ocho horas de vista en la que los diferentes abogados defensores plantearon las cuestiones previas al juicio, aquellas referentes a las pruebas o partes del juicio que quieren impugnar. Los siete magistrados del Tribunal Supremo oían seguramente más que escuchaban los diferentes alegatos que resonaban con una atronadora fuerza en la sala y que no hacían más que desnudar la posición de un Estado que sostiene una causa indefendible tal como está planteada. Un relato falso, las mínimas garantías para el derecho de defensa de los procesados y la vulneración del derecho a un juicio justo. ¡Qué rápido se ha puesto de manifiesto la violación de derechos!
El juicio será una mancha para la democracia española si sigue por este camino. Ver a los miembros del Govern en prisión preventiva desde hace tantos y tantos meses, igual que la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, y los líderes sociales independentistas sentados en el banco de los acusados produce grima. También impotencia y tristeza. Grima porque nunca debían haber sido acusados de unos delitos que no cometieron más que en la imaginación de quienes han validado unos hechos que no se produjeron tal como los han relatado. ¿Rebelión sin violencia? ¡Va hombre, va!. Impotencia porque el Estado decidió hace mucho tiempo cuál debía ser el final de este juicio ya que era, sobre todo, un escarmiento a una generación política que le había desafiado y, en muchos casos, dejado en ridículo. Pero también tristeza, mucha tristeza. Los presos políticos estaban enteros y dignos, así los vimos en televisión. Pero la prisión y el juicio es el fracaso de la política y tiene un coste personal muy elevado para todos ellos. Solo explicable por la nobleza de la causa que enarbolan y su compromiso con millones de catalanes.
Decía el letrado Jordi Pina -abogado de Sànchez,Turull y Rull- a media mañana, durante su exposición, en un ruego público a los magistrados, que hicieran de jueces y no de salvadores de la patria. Impartir justicia y ceñirse a las pruebas. Sería suficiente para que el castillo de naipes cayera abruptamente. Se detecta entre los corresponsales extranjeros una cierta estupefacción por un juicio que solo acaba de empezar y por el que se piden penas de más de 200 años a los acusados. Y en el que la acusación particular la ostenta un partido como Vox. No tengo duda de que la opinión pública internacional se irá decantando a lo largo del juicio hacia posiciones claramente alejadas de las que hoy configuran la justicia española. Por eso España tiene tanto miedo que la prensa internacional avale el relato de que se trata de un juicio a la democracia española.
Al acabar la sesión en el Supremo, la televisión muestra imágenes de una aparente actitud somnolienta del tribunal. Quién sabe si el preludio del escaso interés por unas cuestiones previas que no cambiarán el rumbo del juicio. Cae la tarde después de un día histórico por lo que supone un juicio al Govern y al Parlament, las dos principales instituciones de Catalunya. Y los presos no llegarán a las prisiones antes de las 21 horas. Y así cada día del juicio.