Desde las elecciones españolas del 21 de diciembre del 2015 han transcurrido 1.350 días, ha habido dos presidentes de gobierno en la Moncloa y se han celebrado otros dos comicios a las Cortes, el 29 de octubre de 2016 y el 28 de abril de 2019. En este período de 1.350 días, España ha estado con un gobierno en funciones, primero con Mariano Rajoy y ahora con Pedro Sánchez, 438 jornadas. O sea, de cada tres días, dos ha habido gobierno y uno no ha podido ejercer como tal al tener limitadas sus funciones. De estos dos días de cada tres en que el presidente y los ministros que han habido han tenido sus competencias sin restricciones legales se han sorteado largas campañas electorales, inestabilidad parlamentaria y cambios de liderazgo en el PSOE y en el PP.
Más de catorce meses sin gobierno pleno –se puede llegar, al menos, a los dieciocho si hay nuevas elecciones el 10 de noviembre– dan una idea de la incapacidad española para cerrar acuerdos. No con Catalunya, que es evidente. Sino entre ellos mismos: la izquierda del PSOE, con la otra izquierda de Podemos; y las derechas, antes dos y ahora tres, en este renacido trifachito que va algo más adelantado que en el pasado, como se ha visto en las autonómicas, detrás de la antigua melodía de José María Aznar del tres en uno.
Este jueves se ha reanudado la actividad en el Congreso de los Diputados con un debate sensible sobre la pobrísima actuación del gobierno español en la crisis del Open Arms, denunciada por los que cuando estaban en el Ejecutivo hacían lo mismo. Demasiado pobre todo, ciertamente. Y debe ser que el sistema político español lo aguanta todo: ausencia de gobierno, deudas impagadas a las autonomías con Catalunya en el juzgado, todas las políticas paradas. Cualquier cosa menos hablar e intentar ponerse de acuerdo.
No es extraño que cuando desde Barcelona se les propone dialogar no sepan ni tan siquiera cómo empezar a hacerlo. Cualquier cosa, antes que darse cuenta de que la bola que creían definitivamente desactivada se está volviendo a hinchar sin que, por en medio, nadie del otro lado haya dicho ni tan siquiera "hablemos".