Desde hace mucho tiempo vengo defendiendo que debería modificarse la ley electoral municipal otorgando una prima a los partidos ganadores para evitar que se desnaturalice aritméticamente la voluntad de los electores en unos comicios en que la persona que está al frente es muy importante para el resultado. Es cierto que ya hay unos mínimos mecanismos de corrección en base a que el partido ganador solo puede ser desplazado de la alcaldía con una mayoría absoluta del consistorio pero, a la postre, en muchos casos llegar primero no supone ninguna ventaja ya que los pactos se negocian a nivel estatal y bajo la premisa de que 'yo te doy aquí y tú me das allí'. Así entran en las negociaciones estrategias de partido -'no sé, te cambio Manresa por Tarragona o Sitges por La Seu d'Urgell', por poner dos ejemplos al azar- y la voluntad del elector queda en segundo término.
Seguramente, nunca como en esta ocasión, se habían puesto tan de manifiesto en Catalunya los déficits de la ley electoral municipal. En estos momentos las cuatro capitales de provincia pueden caer de un lado u otro y todo acabará decidiéndose en los despachos. Los cuatro ganadores de las elecciones, Maragall (ERC) en Barcelona, Madrenas (JxCat) en Girona, Ballesteros (PSC) en Tarragona y Pueyo (ERC) en Lleida están a expensas de cómo se desarrollen los acontecimientos y las negociaciones, dando la apariencia que el interés de la ciudad no es lo prioritario. En este zoco pluripartidista en el que todo el mundo aspira a sacar la mayor tajada posible -nada que decir ya que los partidos son sobre todo estructuras de mando, de autoridad- rige una máxima: máximo poder, mínimos principios. O, como dice un histórico negociador de muchos años: "te acabas poniendo rojo un día, pero tienes poder para cuatro años".
Algo de esta premisa debe ser cierto cuando el PSC dice llevar en depósito los seis votos de Ciudadanos y los dos del PP hasta sumar un máximo de 16 y reclama la alcaldía y/o un pacto con la formación de Ada Colau. Todo, para desplazar al ganador de las elecciones, Ernest Maragall. Colau se deja querer, dice que no quiere hablar de nombres... pero habla situando al mismo nivel el suyo que el de Maragall. Tampoco nadie ha descartado que acabe presentando su candidatura sin ningún acuerdo con Valls y sus Ciudadanos. Vamos, que acepte gratis (es un decir) los votos de la formación de Rivera y Arrimadas de la misma manera que el PP aceptó los de Vox en Andalucía. ¿Qué tienen en común Colau y Valls? ¿Un modelo de ciudad? Claro que no. De hecho, Valls decía en campaña que Colau y Ernest Maragall eran lo mismo. Y el portavoz de Cs, José Manuel Villegas, ha explicado sus dos condiciones para apoyar en algunos sitios candidatos de izquierda: que renieguen de las políticas de Pedro Sánchez y que avalen de manera explícita la aplicación del 155. Y estamos solo al principio.