De un tiempo a esta parte, las fake news circulan más rápido incluso que las noticias. Hemos vivido estas últimas horas envueltos informativamente hablando de una de ellas, que tenía un atractivo título para los unionistas y los que tratan de bloquear como sea el movimiento independentista: "El Instituto Luther King de EE.UU. pide que Torra deje de usar su figura", decía El Confidencial, el diario que había entrevistado al director del instituto, Clayborne Carson, en grandes titulares. A la velocidad de la luz, la mayoría de los diarios de Madrid y una parte de los de Barcelona dieron, sin más, validez a lo publicado y con gran alarde en sus portadas digitales o en las páginas de papel. Muchos de los líderes políticos del 155 también siguieron eufóricos la cuerda mediática. Pero el globo se pinchó horas después cuando el director del Instituto Martin Luther King, Jr. desmintió categóricamente el titular de la información y varios aspectos significativos que se le atribuían en la entrevista.
La manipulación de sus palabras es escandalosa. Basta leer el texto del desmentido que ha hecho y que tanto ha molestado a los que habían publicado la entrevista. El diario ha hecho públicos diferentes cortes de voz, pero las partes más polémicas, incluido el titular, no están entre los minutos que ha colgado. Pero, en parte, es igual: nunca ocupará en los medios tanto espacio y tanto tiempo el desmentido como la falsa noticia. Además, los líderes unionistas que habían dado cobertura a la falsa noticia y que eran toda una legión de políticos y prescriptores han callado con el desmentido. ¿Para qué decir la verdad?, Borrell, Arrimadas, etc. ¿Para qué leer que Carson está "sorprendido y molesto" al descubrir que se le había "citado mal" cuando se ponía en su boca "que Martin Luther King, Jr. se habría opuesto al movimiento independentista catalán"? O cuando más adelante asegura que se "inquieta cuando manifestantes o líderes no violentos son reprimidos o castigados con violencia por la policía y los funcionarios del Estado".
Se podría seguir pero no es necesario. Está suficientemente claro y lo más decente sería reconocerlo así con celeridad. Está visto que en los tiempos que nos ha tocado vivir la verdad, muchas veces, no es lo más importante. Nuestros políticos están al frente y, si no, solo hace falta una mirada a doctorandos y másteres, la última guerra de la política española, el lodazal en que está instalada y de donde no consigue salir. Estamos viviendo el aniversario de la gran mentira de la política que acabó con el Govern Puigdemont-Junqueras en el exilio y en la prisión, por una rebelión que no existió y una malversación que tampoco se produjo.
Fue la culminación del desatino del Estado español, quizás el único Estado democrático que decidió no hacer política y que fueran los jueces los que dirigieran el país. Un combate democrático se convirtió primero en una guerra sucia contra el independentismo y después en un a por ellos bendecido por el poder. Y ahí estamos. Sin que la política española acepte el derecho de los catalanes a celebrar un referéndum y con los medios de comunicación haciendo muchas veces un trabajo que no les corresponde.