El ambicioso proyecto de gaseoducto MidCat por el que luchaban Pedro Sánchez, el primer ministro portugués, António Costa, que tenía el apoyo del canciller alemán, Olaf Scholz, y que hubiera supuesto que el gas que acaba su trayecto en Hostalric atravesara los Pirineos y sirviera para proveer al país germánico, ha quedado definitivamente enterrado este jueves en Bruselas. El presidente francés, Emmanuel Macron, no ha dado, cosa que era esperable, su brazo a torcer, y ha mantenido su oposición inicial pese a todas las presiones recibidas, que no han sido pocas. Bien se puede decir que Macron ha pensado en términos nacionales y no europeos al haber primado cuestiones estratégicas francesas y también medioambientales, ya que se enfrentaba a una importante revuelta de sectores ecologistas justo en un momento en que los conflictos sociales en el país se le amontonan al titular del Elíseo. Como se está viendo estos días en numerosas ciudades, empezando por París, con multitudinarias manifestaciones de protesta, algunas violentas, por el aumento de los precios mientras se piden salarios más altos.
Era un proyecto que dada su importante dimensión, que hubiera atravesado tres estados, y su apuesta estratégica en un mercado tan volátil actualmente como el energético, habría tenido sus beneficios indirectos también para Catalunya, sabiendo, eso sí, que era una obra a medio plazo —Francia hablaba de cinco o seis años, mientras España lo reducía a la mitad— y de una puesta en funcionamiento que quedaba muy superada por el escenario actual de problemas energéticos. Como suele suceder en este tipo de embates que no dejan de ser de difícil comprensión para el gran público, Sánchez y Costa han puesto al mal tiempo buena cara, se han sacado un conejo de la chistera para salir del paso —en eso la política europea es, sin duda, una especialista, ya que todos los acuerdos comportan una realización a muchos años vista y de una negociación farragosa e interminable— y han salido a explicarnos la importancia de un proyecto minúsculo al lado del que se estaba planteando y de un futuro aún más incierto en el tiempo por su larga duración.
Algo perfectamente comprensible al tratarse de un corredor de energía verde de alrededor de 350 kilómetros entre Barcelona y Marsella, que se apodará BarMar, y que transcurrirá bajo el mar y que ha sido presentado como una apuesta por la utilización de una energía más ecológica que va a unir la península Ibérica con Francia. Esta tubería para hidrógeno verde también podrá ser utilizada excepcionalmente para gas, aunque este no es el objetivo inicial. No hay que ser un gran experto para entender la importancia estratégica y económica del proyecto que se ha enterrado y cualquier comparación con el corredor de energía verde y que la solución solo ha sido una manera de explicar que Macron en vez de ganar por 10 a 0 ganaba por 9 a 1, aunque haya quienes intenten presentarlo como un empate o una solución de compromiso. A ello hay que añadir que con el MidCat se le enviaba gas sobrante a Alemania y con la tubería entre Barcelona y Marsella la venta de energía verde es solo una hipótesis.
Sin embargo, esta nueva energía verde y la tubería entre Barcelona y Marsella es mejor que nada, aunque sería de desear que los políticos se acostumbraran a no vendernos la piel del oso antes de cazarlo, como se ha hecho con el MidCat, asunto en el que siempre se ha frivolizado con la oposición de Francia. Entre otras cosas porque el marketing y el humo que envuelve estas negociaciones acaba teniendo una duración limitada y nunca infinita. Y, entonces, se acaban viendo las costuras de una política internacional mediocre y casi siempre perdedora. En la que se venden proyectos a ganar que siempre se pierden o se entrega a Marruecos el Sáhara Occidental desairando a los saharauis y rompiendo un compromiso histórico con ellos en aras a no se sabe aún muy bien qué beneficio. Y que parece que Sánchez está dispuesto a llevarse a su tumba, ya que aún nadie ha conseguido saber cuál era el trueque con Mohamed VI.