Francisco Javier Dago Elorza, número dos de la embajada española en Dinamarca con sede en Copenhague, tiene una curiosa manera de entender la diplomacia y sería bueno que no hiciera extensivos sus criterios profesionales. Con estas palabras ha salido al paso Dago Elorza al ser preguntado por la visita del president Carles Puigdemont a la capital danesa aceptando una invitación de la Universidad de Copenhague y otra de un grupo de diputados del Folketing (el Parlamento danés): "No nos gusta que la gente lo pueda escuchar".
Lo cierto es que, queriendo o no, el segundo de la cancillería diplomática de la embajada española en Dinamarca ha hecho diana respecto a cual ha sido la actitud española ante todas y cada una de las reivindicaciones llegadas desde Catalunya: no las queremos escuchar. Y eso es lo que ha hecho imposible cualquier avance. De ahí la perversión en el lenguaje. Primero, Catalunya quiso negociar y se le cerraron todas las vías. No hay nada a negociar, fue el insistente mensaje emitido desde la Moncloa. Dialogar. Se bajó un escalón y se ofreció desde Catalunya dialogar. Tan solo dialogar.
No hubo camino para ello. A cualquier petición de diálogo, la respuesta siempre era la misma: ¿dialogar sobre qué? Por no hablar de cada vez que se planteaba en algún foro público la necesidad de dialogar. La respuesta era de manual: con el independentismo no hay nada a dialogar. Sorprendente pero real. Los más moderados tuvieron que borrar de su vocabulario negociar, dialogar y hablar.
Pero tampoco era suficiente, Dago Elorza acaba de ofrecernos la versión más descarnada del posicionamiento español: no nos gusta que la gente lo pueda escuchar. Así de sencillo: enmudezcamos la palabra del representante de más de dos millones de catalanes. Del líder del bloque independentista catalán. ¡Que no pueda hablar!
Qué fácil que es hacer política así: se hace desaparecer al adversario de en medio o se lo elimina políticamente y punto. Que la gente no lo escuche, no sea caso que la opinión pública internacional tenga su propio criterio y no guste en Madrid.