Fèlix Millet ya duerme en prisión. Han tenido que pasar 10 años, 11 meses y dos días desde que entraran los Mossos d'Esquadra en el Palau de la Música y dos desde la celebración del juicio, que le condenó a 9 años y 8 meses de cárcel, para que uno de los otrora considerados intocables de la burguesía barcelonesa empezara a cumplir la sentencia de la Audiencia de Barcelona en Can Brians 2. Ha pasado tanto tiempo desde aquella irrupción de la policía catalana en uno de los templos del catalanismo una mañana de julio del 2009 que, incluso, un hecho tan relevante como es la entrada de Millet en prisión por un fraude de casi 35 millones de euros acaba perdiendo su contexto. Aquel caluroso 23 de julio, Juan Carlos I y Corinna vivían aún discretamente su romance, Zapatero aún era presidente del gobierno español, Montilla presidía la Generalitat, Hereu el Ayuntamiento, Laporta y Guardiola capitaneaban el Barça, Benedicto XVI reinaba en el Vaticano y Obama acababa de llegar a la Casa Blanca. Y Convergència Democràtica ni se planteaba su disolución, un hecho que acabaría sucediendo siete años después y que tendría en el estallido del denominado caso Palau una de sus razones de ser, si no la más importante.
Si el proceso judicial no se hubiera eternizado, Millet no hubiera ingresado en prisión con 85 años y tampoco lo hubiera hecho en una ambulancia, lo que sitúa un gran interrogante sobre su situación procesal en los próximos tiempos. Veremos qué grado se le acaba aplicando en la cárcel de Can Brians 2, más allá de la condena, dada su avanzada edad y su estado de salud. Hoy Millet ha caído en el ostracismo más absoluto y el personaje carece de anclajes sociales pese al apellido. Pero antes de que sucediera todo, se codeaba con presidentes, reyes, banqueros, empresarios de abolengo y se permitía el lujo de presentarse sin avisar con la antelación suficiente en despachos que hoy se avergonzarían, seguramente, si se supiera que iba y a lo que iba. Porque Millet siempre pedía alguna cosa o era el conseguidor en alguna gestión y aquella Barcelona no quería enemistarse con un personaje así.
Por una misteriosa cuestión de azar, Millet ingresa en prisión unas horas antes de que el PDeCAT, la formación heredera de Convergència, decida qué hacer este viernes con su futuro como organización, después de una etapa corta como partido pero con demasiados errores a sus espaldas. Tantos que sus principales activos se han ido alejando, unos por discrepancias políticas, otros por enemistades personales y muchos otros por aburrimiento ante su falta de rumbo y continuas peleas internas. Tantas que hasta un político tan importante para este espacio y tan discreto como Artur Mas ha acabado desfondado y distante, su otrora president de la Generalitat Carles Puigdemont más fuera que dentro del partido y sus presos políticos Jordi Turull, Josep Rull y Quim Forn sin reconocerse en muchas decisiones de la actual dirección. En esas circunstancias, el riesgo del minifundio político de este espacio ideológico puede acabar siendo la solución de unos pocos pero nunca será una opción con opciones de ser referente de nada.