Pasan los años y los faros nacionales de Catalunya continúan estando donde siempre han estado. En Montserrat y en la clase trabajadora, en el mundo universitario y en la tercera edad, en las clases medias y en la payesía, en las ciudades y en los pueblos. En la iglesia de base y en los botiguers. La revuelta catalana, que no tiene precedentes en Europa por su tono pacífico y festivo, por más que se manipule la realidad para presentarla de otra manera y proceder a liquidar la autonomía y recortar las libertades, se ensancha cada vez más por la base, necesita de una actitud represiva cada vez mayor para ser sofocada, y se expande al resto del Estado, donde una determinada izquierda asiste también sorprendida a la pérdida de libertades que parecían garantizadas en España como el derecho de reunión, manifestación y de expresión. El 1 de octubre ha hecho explosionar la caldera de un Estado que lo ha apostado todo a una única carta para responder a la demanda catalana: la represiva. De muy difícil digestión en la Europa actual.
El tiempo pasa pero las cosas cambian mucho menos de lo que parece. Sobre todo pasan los años. Porque las circunstancias se repiten prácticamente igual a lo largo de la historia de los pueblos. Cuando este domingo se divulgó la homilía pronunciada en la misa de las 12 de la Abadía de Montserrat por el padre benedictino fue como un retorno al túnel del tiempo. A aquella famosa entrevista del abad Escarré al diario Le Monde, en 1963, en que criticaba abiertamente la política del general Franco y que le costaría el exilio. Ahora, seguramente, no será así aunque el bofetón al gobierno español fue de los que el ejecutivo recordará. Y de los que duele. En una homilía que recogía el apoyo al referéndum y el menosprecio del Estado a las instituciones de Catalunya, el padre Sergi d'Assís Gelpí pronunció desde el púlpito unas demoledoras palabras: "No a la represión; sí a la libertad" y ante los días que faltan por venir pidió: "Que Dios nos ayude a saber afrontar estos días, siempre con espíritu pacífico; y también, a estar en el lugar que nos corresponde en este momento de nuestra historia". A las palabras siguió una larga ovación de los asistentes.
La respuesta guarda similitud con la ofrecida por los estibadores del puerto de Barcelona que se han negado a abastecer los barcos contratados por el Ministerio del Interior para acoger a guardia civiles y policías nacionales para impedir el 1 de octubre. La decisión, que cuenta con el aval del Consejo Internacional de Estibadores, fue acordada en asamblea para "no dar apoyo a los barcos de la represión". Los estudiantes de las universidades catalanas ya han abierto el frente de manifestaciones y de colaboración con la organización del referéndum. Los payeses han sacado cientos de tractores en Lleida. Y así podríamos seguir explicando ejemplos.
En este marco, se aborda la semana más decisiva de los últimos tiempos en Catalunya. El Estado ha tratado de arrinconar y humillar a las instituciones catalanas. Lo ha hecho por la puerta de atrás y sin el apoyo de las Cortes. Esta es la gran paradoja: el Govern responde a un mandato del Parlament, mientras el Gobierno español secuestra al Congreso las decisiones que adopta y cuando se debaten queda en minoría. Nada parece importarle. Lo que sucede es que, en cualquier contienda, uno encuentra en la represión su fortaleza y en los ideales la mejor guía para no equivocarse.