Que Pedro Sánchez no es un político de fiar es una obviedad. Practica a diario la deslealtad institucional ―un ejemplo de ello es que no coja el teléfono al president de la Generalitat― y, sin sonrojarse lo más mínimo, es capaz de pedir el voto para la investidura a la izquierda o a los independentistas catalanes y vascos y, sin intervalo temporal alguno, en cuestión de minutos, pactar leyes que restringen derechos y libertades con el PP y Ciudadanos. No conozco precedente alguno de político tan frívolo, capaz de enredar a todos al mismo tiempo y de importarle un verdadero comino con quién lo acuerde, siempre que saque adelante lo que desea.
Lo ha hecho este miércoles con la convalidación del decreto que permite una serie de medidas que autorizan al Gobierno a intervenir internet y las comunicaciones de los ciudadanos sin orden judicial. Y lo ha hecho llevándose por delante las posiciones defendidas históricamente por Podemos, que, en aras a una incipiente lealtad a Sánchez, solo se ha aventurado a abstenerse. Y eso que la iniciativa gubernamental es todo un atropello a los derechos digitales de los ciudadanos, más propia de países como China y Turquía que de un estado de la Unión Europea. La llamada ley mordaza digital tiene como uno de sus objetivos políticos luchar contra la república digital que impulsa la Generalitat y tratar de desmantelar Tsunami Democràtic, el movimiento ciudadano de respuesta a la sentencia del Supremo que persigue el estado español desde el inicio de sus actuaciones.
Todo ello ha sucedido el mismo día que el TSJC ha aceptado las medidas cautelares planteadas por el gobierno español y el ministro Borrell para el cierre de las delegaciones de la Generalitat en Túnez, México y Argentina por considerar que entrarían en contradicción con la competencia exclusiva del Estado. El conseller Alfred Bosch lo ha considerado uno de los peores ataques desde el 155.
Lo peor no es que Bosch pueda tener razón sino que los mismos que este jueves se sentarán con el independentismo a hablar de la investidura de Sánchez sean capaces de laminar una a una las competencias de la Generalitat sin rubor alguno y demostrando que, en el fondo, sus aliados naturales son PP y Ciudadanos. Lo que pasa es que no le quieren dar los votos.