Aunque la iniciativa del Departament d'Educació de prohibir el móvil en toda la etapa educativa —hasta la fecha era en infantil y primaria, y pretende ampliarse también a secundaria, o sea, a la ESO, donde actualmente se permite con finalidades pedagógicas— es una norma compleja de aplicar y no hay un consenso entre la comunidad educativa, es una medida valiente y oportuna. Viene a poner el dedo en la llaga de uno de los problemas existentes en estos momentos en las aulas: la desconexión del alumno de lo que allí se explica, con el profesor como invitado de piedra, y un foco de tensión entre alumnos y educadores, como antes lo ha sido entre padres y alumnos.
No hay una receta mágica para salir del pozo en que se encuentra actualmente la valoración de la educación en Catalunya y de ahí los pésimos resultados que se obtienen en evaluaciones como los anuales informes Pisa. Pero, a lo mejor, sí que existen una serie de medidas que todas ellas coordinadas pueden ayudar a enderezar la situación actual, que está condenada si no se hace nada a ir a peor. Muchos hemos estado predicando en el desierto, durante muchos años, sobre lo que suponía el móvil en las aulas y, aunque se han dado pasos, ningún gobierno se ha atrevido a coger el toro por los cuernos. En la actualidad, por ejemplo, solo uno de cada tres institutos catalanes prohíbe el móvil en clase.
Además de prohibir los móviles, hay que abordar también el problema de la pérdida de autoridad de los profesores
Estos días se ha puesto el acento en que un reciente estudio en el Reino Unido apunta a que prohibir el móvil en el aula no mejora el rendimiento de los alumnos ni tampoco su actitud. Esté o no esté bien realizado, hay un dato objetivo: a la media del Reino Unido solo llegan las comunidades autónomas españolas con mejor puntuación en Pisa, es decir, Castilla-León, Asturias y Cantabria. En Dinamarca, por el contrario, que fue uno de los primeros países en adoptar herramientas digitales, se está produciendo un giro copernicano y cada vez son más las escuelas que son partidarias de aulas sin móviles y volver al sistema anterior.
Es seguramente una reacción a lo que les está sucediendo y a los problemas con los que se encuentran. Quizás, la convicción de que la dirección que habían adoptado entusiásticamente no había dado los resultados previstos. No ha sido suficiente con pedirles a los alumnos que apagaran el móvil, sino que se ha pasado a una fase mucho más imperativa. Veremos en qué acaba la propuesta de Educació, pero acostumbrados como estamos a no adoptar decisiones drásticas y dejarse llevar por la corriente de que las cosas se arreglarán solas, hay que animar al Departament a que no se quede ahí y que aborde problemas como la pérdida de autoridad de los profesores. La situación actual hace muy difícil que alguno de ellos quiera hacerse responsable de la dirección de los centros, porque están dejados de la mano de Dios.