Ha sido Catalunya desde el inicio de la considerada transición política española un bastión de la lucha contra las centrales nucleares. Era una manera de protesta contra el statu quo de la época y también un posicionamiento a problemas de aquel momento cuando a principios de 1975 se aprobó el Plan Energético Nacional (PEN) que pretendía ser una respuesta a la crisis petrolífera mundial de 1973 y el consiguiente encarecimiento del precio del crudo. El PEN pretendía reducir la dependencia del petróleo actuando en especial sobre el consumo de crudo destinado a la producción de electricidad, que preveía que descendiera de un 38,8% en 1975 a un 7% en 1985, año este último en que terminaba la vigencia del PEN-75. El gran beneficiario era la energía nuclear, que pasaba de poco más del 7% en 1975 a un 56% en 1985, lo que implicaba un intensivo programa de construcción de centrales nucleares por todo el Estado español, y en especial en aquellas zonas con mayor demanda energética, como era el caso de Catalunya. Lo explica muy bien el profesor de la Universidad de Barcelona Vicente Casals en un texto muy recomendable de aquellos años titulado Energía nuclear y movimientos sociales en Catalunya durante la transición política 1975-1982.

En aquellos años, se preveía un parque de 37 centrales para el conjunto del Estado, de las cuales siete estaban situadas en Catalunya. La respuesta de aquellos movimientos se aglutinó alrededor de lo que fue un icónico emblema antinuclear: "¿Nuclear? No gracias", un símbolo internacional adoptado por los movimientos cívicos antinucleares en todo el mundo. Estamos hablando de 1977. Casi 50 años después, ¿qué queda de aquel mundo? Francamente, muy poco. No se trata de señalar el error de los que encabezaban aquellos movimientos, donde tampoco había coincidencia en las opiniones, sino de proyectar a los años venideros qué es lo que hay que hacer con las centrales nucleares: cerrarlas y buscar opciones energéticas alternativas o, por el contrario, llevar a cabo un ejercicio de realismo y comprobar que, en la actualidad, no hay elección alternativa posible, ya que las otras opciones generarían un impacto negativo sobre los puestos de trabajo y encarecerían la energía para empresas y ciudadanos.

Hay sólidos argumentos técnicos, económicos y medioambientales a favor de la prórroga de la vida de las nucleares

Un informe elaborado por PWC y presentado este viernes ha calculado que el cierre previsto para los años 2030, 2032 y 2035 de los reactores nucleares en las comarcas de Tarragona puede tener un elevado impacto en el precio de la luz, ya que representa el 49% de la energía que se consume en el país y el 59% de la que se produce. Así, el cierre de las centrales de Vandellòs y Ascó podría hacer subir factura de la luz entre 13 € y 30 €/MWh y el impacto total en la demanda sería de entre 543 y 1.221 millones de euros en Catalunya. Además, por ejemplo, el aumento del uso del gas para la electricidad derivado del cierre nuclear produciría un incremento de las emisiones de CO₂, uno de los motivos por los que países como Bélgica, a quien el estudio pone como ejemplo, han reevaluado su plan de cierre acordando la prolongación de la vida de sus reactores nucleares, con el fin de garantizar la estabilidad y la seguridad de suministro eléctrico a medio y largo plazo.

Este debate sobre alargar la vida de las nucleares se va a producir en muy poco tiempo en España, coincidiendo con sus 40 años de vida útil. En el caso catalán, el cierre de Ascó 1 está previsto en octubre de 2030, Ascó 2 en septiembre de 2032, y Vandellòs 2 en febrero de 2035. La realidad es que, en estos momentos, se está alargando la vida a la mayoría de los reactores nucleares del mundo, en parte porque las centrales nucleares han hecho grandes inversiones que han mejorado sustancialmente su seguridad y eficiencia. El debate, por tanto, sobre si España debe culminar en 2035 el calendario de cierre de centrales nucleares pactado hace seis años está a la vuelta de la esquina. Y su resultado va a tener que ser un ejercicio de realpolitik, porque ante los enormes retos que tiene el mundo por delante, levantar grandes muros ideológicos tiene muy poco sentido. Hay sólidos argumentos técnicos, económicos y medioambientales a favor de la prórroga de las nucleares. La guerra de Ucrania, culminada con la invasión rusa en febrero de 2022, puso de manifiesto la dependencia europea del gas ruso y las consecuencias para el control del suministro y los precios de la energía en España. Para combatir esta vulnerabilidad, la energía nuclear acaba siendo esencial como un instrumento de soberanía y seguridad energética.

Va a ser muy difícil, por tanto, no estar en el bando de la prórroga a las nucleares, ya que las alternativas o no existen o no son inmediatas o no son más baratas.