Han bastado tan solo dos votaciones internas en el Partit Demòcrata Català, en un plazo de quince días, para que sus militantes hayan demostrado que si a algo no quieren parecerse en cuanto al funcionamiento es a la vieja Convergència. El dedazo como fórmula de designación de cargos ha entrado en crisis profunda en la organización y a partir de ahora los que mandan deberán dedicarse a hacerlo lo mejor que sepan -trabajo no les faltará- y dejar a la militancia que elija a los candidatos. La primera vez pasó en el congreso fundacional, donde el debate de los nombres del nuevo partido desencadenó una furia interna que arrasó con todo el trabajo previo que se había realizado. Aunque el debate giró sobre el nombre del partido, lo que hicieron patente los militantes es que eran ellos los que proponían y decidían, y no la dirección. Se podrían encontrar algunos ejemplos más de aquel fin de semana -incompatibilidades, por ejemplo- y todos abundarían en la misma dirección.
Este sábado se ha visto una vez más en la elección de presidente del consell nacional. El conseller de Cultura, Santi Vila, aceptó, así lo ha explicado ampliamente su equipo, el encargo del president Puigdemont de competir contra la presidenta de la Diputación de Barcelona, Mercè Conesa. Una intervención, también de hace quince días en el Fórum, de Conesa, crítica con el dirigismo de la vieja CDC en la fundación del nuevo partido se quiso utilizar de manera injusta por el aparato en contra de ella. Vila saltó así al ruedo con apoyos significativos, algunos visibles y otros en la sombra. Conesa parecía condenada a perder y así se veía desde la sede de la calle Còrsega. Pero su posición de outsider le benefició en la votación final. Ser oficialista y de la mano del establishment no es un buen negocio, al menos, en el nuevo PDC.
Superada esta fase inicial de elección de cargos, entre los que también están los de la presidencia Mas/Munté y de coordinación Pascal/Bonvehí, el principal objetivo del nuevo partido, si quiere resurgir de la treintena de diputados que le dan las encuestas, será reconectar con el electorado perdido en la inercia de una política de gobierno que muchas veces su votante no reconoce. Será interesante ver como el PDC se abre paso en medio de un electorado catalán que parece haber decidido girar a la izquierda y donde la CUP tiene en las decisiones, como único socio parlamentario posible, un papel tan decisivo como desorbitado habida cuenta de sus diez diputados. Sobre todo, porque a partir de ahora puede ser que asistamos a un acelerón de la política catalana con el horizonte de la cuestión de confianza y los famosos 18 meses de los que habló Puigdemont en su investidura y que vencen antes del próximo verano.