Por si quedaba alguna duda sobre cómo hace política Pedro Sánchez, este miércoles, en la reunión telemática que ha mantenido con los presidentes de las comunidades autónomas, ha quedado claro: una única propuesta, el retorno de la obligatoriedad de la mascarilla en los espacios exteriores. El resto de medidas restrictivas ante la pandemia, que sean las comunidades autónomas las que las impongan. No es, en contra de lo que pueda parecer a primera vista, una decisión de cogobernanza sino de oportunismo político ante el desgaste electoral. El presidente del Gobierno quiere salvar como sea el 24 y el 25 de diciembre, los dos días clave de las vacaciones navideñas en España y, en el terreno político, cuando todas las encuestas preelectorales, excepto el CIS, lo sitúan en riesgo de perder la Moncloa por una mayoría en el Congreso entre el Partido Popular y Vox en las próximas elecciones españolas. Es cierto que falta tiempo, pero la facilidad de Sánchez para ponerse de perfil en un tema tan importante es entre sorprendente y decepcionante.
Al final, la decisión de Sánchez acaba convirtiendo la gestión del coronavirus en un caos territorial, ya que los gobiernos autónomos, por más medidas que impongan, tienen que pasar por los diferentes tribunales de justicia autonómicos y nada es absolutamente efectivo si no se puede controlar el cierre territorial de las comunidades por carretera, ferrocarril, mar y aeropuertos. Al final, por ejemplo, el grado de eficacia de las drásticas medidas impuestas por el Govern de Catalunya está sujeto a eventualidades como la movilidad entre autonomías que no tienen restricciones y tienen indicadores peores que Catalunya. Porque el Govern de Catalunya no puede decidir qué pasa en Aragón, Asturias, Canarias, Castilla y León, La Rioja, Madrid, Murcia, Navarra y el País Vasco, por citar las nueve comunidades autónomas que están este miércoles por encima de la cifra de 756,3 en la incidencia acumulada en los últimos 14 días.
Las nueve, según las decisiones tomadas a día de hoy, sin medidas restrictivas comparables a las de Catalunya, igual que las otras siete que están por debajo de este índice de incidencia acumulada. Bien es cierto que en Catalunya el índice de ocupación de las UCI es el más alto de todo el Estado y está situado en el 30,44%, según datos del Ministerio de Sanidad actualizados este mismo miércoles. También es verdad que la evolución de los contagios es tan alta que la preocupación de la gente ha ido notablemente al alza en los últimos días. Para Pedro Sánchez, y en eso, también, la visión de la situación está en las antípodas de la del president Pere Aragonès, "No estamos en marzo de 2020, ni en la Navidad del año pasado. Por tanto, las medidas han de ser diferentes y basadas en la experiencia", ha explicado a título de justificación. El resumen de esta experiencia es que, en el resto de España, después de Navidades, veremos si se hace algo, pero a 48 horas de iniciarse las fiestas optan por cruzar los dedos, la mascarilla de Sánchez y esperar a ver qué pasa.
Dos últimas ideas: guste más o menos, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha ganado una parte importante del relato en las Españas. Todos quieren ser un pequeño o pequeña Ayuso resistiéndose a las restricciones, cosa que no pasaba en olas anteriores. En segundo lugar, medidas restrictivas y parciales en solitario dentro de un Estado que cuenta con los principales resortes para controlar todo el perímetro tiene una eficacia limitada. En todo caso, hay que hacer política para revertir la situación en España. Y esperar a ver qué autoriza y qué no autoriza en las próximas horas el TSJC de lo solicitado por el Govern. Entre otras cosas, el toque de queda.