Debo reconocer que es todo un espectáculo propio del gran Berlanga ver al presidente del Consejo General del Poder Judicial y del Tribunal Supremo, Carlos Lesmes, con el mandato caducado desde hace más de mil días, inaugurar junto a Felipe VI el año judicial criticando al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, por los indultos parciales concedidos y guardando un clamoroso silencio sobre toda la corrupción que rodea al padre del actual monarca.
Debe ser que el deep state está precisamente para esto: para denunciar lo que hace el poder político elegido por la ciudadanía en el uso de sus competencias —las medidas de gracia son potestad del Ejecutivo— y pasar de puntillas, sin rasguño alguno, por la corrupción del anterior jefe de Estado, hoy exiliado de lujo en los Emiratos Árabes Unidos, y a quien el fiscal del Tribunal Supremo ha señalado nada menos que como comisionista internacional.
Solo en España una institución que forma parte de la columna vertebral de cualquier Estado se permite, en la actual situación, estas dos cosas al mismo tiempo: que sus máximos responsables sigan en sus poltronas durante un tiempo indefinido y con el mandato vencido y, a la vez, verbalizar en voz alta una posición que, casualmente, coincide con la de aquellos que les dan apoyo político para su numantina resistencia. A estas alturas, que el CGPJ defienda la independencia del poder judicial debe ser lo que le toca al estamento pero, lamentablemente, encontrará muy pocos aliados en su defensa y menos en Catalunya.
Lo que ha pasado durante estos años ha ido en la dirección contraria de lo que Lesmes dice defender y el Tribunal Supremo no ha defendido la democracia: ha actuado contra los que la defendían. Tendrán que pasar años y llegar las sentencias de la Justicia europea para que quede establecido con una claridad meridiana que la alta magistratura española ha conculcado libertades, derechos fundamentales y ha cooperado en la persecución de ideologías democráticas, algo sin parangón en la Europa a la que un día España quiso, o eso decía, parecerse. Hoy, de aquel objetivo, no queda nada.
El deep state ha tomado el control del Estado antes de que se le desmoronara territorialmente. Y ahí siguen, atrincherados, por encima del bien y del mal y tratando de reinterpretar la Constitución con algún barniz más propio de leyes de otros tiempos pretéritos. Pero debe tener premio situar al independentismo como único colectivo ideológico a perseguir mientras con la otra mano se protege al rey emérito de todas las martingalas que ahora ya sabemos que ha hecho.
Con el padre huido y en paradero desconocido, y el hijo pendiente de si un fiscal decide ir o no a fondo contra su antecesor, España se comporta como si nada pasara y las alfombras pudieran ocultar cada vez más suciedad. Mientras, a lo lejos, Lesmes habla de revancha. No la de los jueces. Y, con el mandato caducado desde hace casi tres años, nadie se atreve a asegurar que el año próximo no vuelva a estar allí presidiendo una nueva inauguración del año judicial.