No deja de ser nauseabundo como se ha colocado a los pensionistas en medio de un debate político en el que lo que se dilucida es todo menos las pensiones. Lo que estaba en juego el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados, aunque la revalorización de las pensiones fuera una de las 80 medidas que figuraban en el decreto ómnibus del Gobierno, era si Pedro Sánchez hacía volver al redil a Carles Puigdemont y salía victorioso del pulso que le había hecho unos días antes desde Bruselas. Estuvo el PSOE a punto, ciertamente, ya que no eran pocos los dirigentes de Junts que temían, como así ha pasado, que les iban a llover chuzos de punta aunque tuvieran sus razones para el enfado. Todo ello pasaba, además, mientras desde Moncloa se propagaba que seguían negociando con Junts, algo que no había pasado desde el órdago de Puigdemont del viernes día 17. Hubo conversaciones pero solo para reafirmarse en que Junts no iba a votar afirmativamente nada que necesitara el Gobierno, y que lo que tenía que hacer el PSOE era tramitar su iniciativa legislativa sobre la cuestión de confianza.

El resultado es de sobras conocido. Una derrota apabullante del Gobierno, con el Ejecutivo socialista en la lona, y la constatación de que ese miércoles moría la legislatura española en los términos en que había funcionado este último año. El acuerdo de Bruselas era un documento para los historiadores porque el PSOE no se había creído nada desde la primera a la última página. Solo un reset muy a fondo puede abrir un nuevo reencuentro, pero desde el PSOE se dice a Junts que nada de eso es fácil, ni rápido. Y el reloj vuelve a tener una nueva alarma en el 4 de febrero, cuando, sí o sí, la Mesa del Congreso tiene que aprobar o descartar definitivamente el tema de la cuestión de confianza de Sánchez. También pesa la dura intervención desde la tribuna de oradores de Míriam Nogueras, que no ahorró ningún calificativo a la hora de referirse a Sánchez y los socialistas: mentiroso, holgazán, manipulador, chantajista, trilero, prepotente e incumplidor. Y eso que su intervención estaba tasada y tampoco disponía de muchos minutos para hablar. 

El miércoles murió la legislatura española en los términos en que había funcionado este último año 

La novela de García Márquez, El general en su laberinto, que narra los últimos días de Simón Bolívar mientras viaja por Sudamérica, recoge una frase maravillosa que le viene como anillo al dedo a Sánchez: "La vida le había dado ya motivos bastantes para saber que ninguna derrota era la última". Otro se sentiría acorralado y pensaría en un adelanto electoral, ya que no tiene buenas cartas para la partida al haber quemado en un tiempo récord todos los comodines en forma de promesas que no han llegado a ningún puerto. Mientras el inquilino de la Moncloa a buen seguro trata de encontrar un resquicio que convenza a Puigdemont, se ha puesto en marcha la previsible estrategia de intentar colocarlo en las brasas para que se achicharre durante unos días en el fuego del enfado de los millones de pensionistas porque no se les haya aumentado los euros que esperaban cobrar y los que esperaban la ayuda para el transporte. El Gobierno, que podría resolver la intranquilidad de pensionistas y viajeros en unas pocas horas, ha optado, después de perder la votación, por intentar ganar el relato público y hablar del dolor social  provocado a los pensionistas en vez de solucionarles el problema que se ha generado y para lo que tiene votos parlamentarios de sobras si se ciñe a un real decreto con estos dos puntos tan urgentes.

Con la legislatura en la UCI, la gran pregunta, para la que nadie tiene una respuesta definitiva, es ¿cómo sigue todo esto? Hay encima de la mesa una exigencia por parte de Puigdemont de una reunión en Suiza de la comisión que tiene el encargo de abordar el conflicto político entre Catalunya y España y que se reúne mensualmente bajo los auspicios del mediador salvadoreño, el diplomático Francisco Galindo Vélez. Hoy por hoy, esa reunión está condenada al fracaso y se necesitarán días si no semanas para poder recoser un guion común. Algo que tampoco es seguro, ya que los socialistas, más allá de publicitar las últimas semanas que las cosas iban mejor, cuando era evidente que todo iba peor, deberán encontrar una línea argumental mucho más sólida y menos fantasiosa si no quieren otro miércoles negro, como el de hace unas horas. Si eso no es posible, también hay quien cree que habrá que pensar en otras cosas.