Pues sí: la plaça Sant Jaume permanecerá este jueves durante unas horas cerrada al público, excepto para aquellos que tengan una entrada con el asiento correspondiente, durante la inauguración de las fiestas de la Mercè, que se realizará con la solemnidad que corresponde en el Ayuntamiento de Barcelona y que incluirá el tradicional pregón de apertura.
He oído, en las últimas 24 horas, todo tipo de explicaciones de las razones de la alcaldesa Ada Colau para proceder a este blindaje de la plaza. Entre ellas, las de las restricciones de la covid, que, por otro lado, también estaba presente en la manifestación del Onze de Setembre que concentró, según los organizadores a 400.000 personas y que, lógicamente, en algunos momentos rozó el completo tanto en los alrededores de Urquinaona —inicio— como en la Estació de França —final.
La manera como se ha gestionado el tema, los anuncios en las redes sociales llamando a una protesta por el palpable deterioro de la capital catalana y los precedentes de los pregones en los barrios de Gràcia y Sants, donde Colau encajó pitadas importantes, llevan a pensar que detrás del cierre de Sant Jaume hay más razones personales y políticas que sanitarias. Que sirven para despistar al personal, pero lo que en realidad acaba siendo es que los pitos y abucheos son muy incómodos y si uno puede hacer algo para evitarlos, pues lo hace. Al fin y al cabo, para eso tiene el cargo que tiene.
Mal asunto querer despistar al personal con argumentos que son poco creíbles y que, quien sabe, pueden acabar teniendo un efecto bumerán. La lectura del pregón ha sido siempre un indicador sobre el nivel de satisfacción de los barceloneses con su ciudad y, todo hay que decirlo, más de un alcalde ha tenido sus problemas. Cierto que ninguno de los antecesores de Colau en los últimos años habían tenido tantos sectores y tan críticos con la gestión municipal. No son los empresarios, el pequeño comercio, las entidades, la restauración o los hoteleros. Son todos ellos y muchos otros colectivos los que denuncian reiteradamente la degradación de la ciudad, su empobrecimiento y su parálisis. Hasta parece increïble que la ciudad que Colau heredó del alcalde Xavier Trias en 2015, después de una campaña electoral de acusaciones falsas, haya podido sufrir una regresión tan importante.
Pero Colau obtuvo la reelección en 2019 de la mano del hijo pródigo del Upper Diagonal, Manuel Valls. La misma burguesía que vio en el ex primer ministro francés el candidato para apartarla de la alcaldía y, después, tras su fracaso, el tapón para impedir un alcalde independentista. Pero como estas jugadas nunca salen bien a medio plazo, tras un corto noviazgo han vuelto las críticas a la alcaldesa. Incluso el PSC, su socio de gobierno, anda buscando el momento antes de las elecciones de mayo de 2023 para saltar del barco y alejarse. La nave a la deriva.
Pero volvamos a la plaça de Sant Jaume y a las fiestas de la Mercè con una recomendación. Disfrutemos de la Festa Major de la ciudad, divirtámonos con el civismo necesario y que las calles y las plazas sean un espacio alegre y no el lugar donde la noticia sean los botellones y las fiestas ilegales.