Solo hacía falta oír a José María Aznar el domingo por la noche en la Sexta, su calificativo de "golpe de Estado" a lo que sucedió en Catalunya en octubre de 2017 o su negativa tajante al indulto de los presos políticos para concluir que el estado español no tiene ningún plan B para Catalunya y que cualquier intento de normalización de la vida pública es imposible. El único camino que contempla es el de la rendición y la aceptación de un retorno al pasado de la España de las autonomías tal como la hemos conocido. Aznar ya no manda, incluso en muchos aspectos es una caricatura del gobernante que fue entre 1996 y 2004. Pero su manera de entender el Estado no es ni mucho menos minoritaria: desde la judicatura a los militares, desde los altos funcionarios al Consejo de Estado, desde el Tribunal de Cuentas al Tribunal Supremo, la visión monolítica de España es la única que tiene predicamento.
Pedro Sánchez, tan raudo en otro tipo de asuntos que tienen que ver con el eje derecha-izquierda, ha empezado a explicarnos qué quería decir su candidato Salvador Illa cuando hablaba de una etapa de reencuentro en Catalunya y de pasar página. Era su plan B si conseguía hilvanar una mayoría de gobierno, cosa que no se ha producido. Ahora sabemos que el plan B era un fake y que no había ninguna novedad respecto al plan A de represión al independentismo, desestabilización de la vida política y utilización de los resortes del Estado para actuar contra gobernantes y políticos de una determinada ideologia. La querella de la Fiscalía contra el president del Parlament, Roger Torrent, y los tres miembros de la Mesa de la Cámara catalana —el vicepresident Josep Costa, Eusebi Campdepadrós y Adriana Delgado—, que admitieron a trámite una proposición no de ley de Junts, ERC y la CUP como respuesta a la sentencia del juicio del procés marca el salto, el punto de inflexión en el arranque de la nueva legislatura catalana. La Fiscalía de la que tanto presumía Pedro Sánchez que dependía de él enseña sus uñas y dientes una vez en Madrid se ha constatado que los gobiernos alternativos al independentista formaban parte de las maquinaciones de despacho, ya que la aritmética era enormemente tozuda.
La Fiscalía les acusa de desobediencia a la autoridad judicial por incluir la proposición no de ley en el debate y deliberación en el pleno del Parlament del 12 de noviembre de 2019, lo que según el artículo 410 del Código Penal puede comportarles hasta dos años de inhabilitación especial para cargo público. Veremos ahora qué recorrido tiene en el TSJC, pero los fiscales De Gregorio y Assumpta Pujol han puesto la directa en un momento en que la Mesa de la legislatura pasada está a punto de traspasar sus funciones a la que se escogerá la semana próxima, cuando se constituya el nuevo Parlament.
La segunda muestra del "reencuentro" ha sido la presentación del recurso contra el tercer grado penitenciario de la presidenta Carme Forcadell y la consellera Dolors Bassa. En este caso, la Fiscalía Provincial de Barcelona, ante la denegación del Juzgado de Vigilancia Penitenciaria número 1 de revocar el tercer grado, ha elevado a la Sala Segunda del Tribunal Supremo, como tribunal sentenciador, un recurso de apelación. La pelota ya está donde se revierten todas las decisiones que se toman en este procedimiento en Catalunya: en la sala del juez Manuel Marchena. Nada hace pensar que en esta ocasión sea diferente a las anteriores y el Supremo no acabe revocando la decisión del juzgado de vigilancia penitenciaria. Ha empezado la cuenta atrás para el regreso de los presos políticos a sus respectivas cárceles. Aznar también tenía razón.
El último parte judicial del día tiene que ver con los indultos que el Gobierno saca a la palestra pública a su conveniencia. Pues bien, el Supremo ha pedido un informe al Tribunal de Cuentas sobre si han satisfecho el dinero supuestamente malversado en el referéndum del 1-O, que, según el juzgado, ascendía a 4,1 millones de euros. Una nueva patada hacia adelante mientras la Abogacía del Estado, que también tiene que dar su parecer, guarda silencio. Y el reloj no deja de correr. Qué quieren que les diga: si el "reencuentro" era esto, lo menos que se puede decir es que la palabra no era la más acertada.