En medio de un auténtico tornado que aún no ha hecho recuento de los daños sufridos durante la tormentosa sesión parlamentaria del lunes, tanto en el interior del Govern,como entre Junts per Catalunya y Esquerra y también en el calendario electoral, la Cámara catalana ha vivido, tan solo 24 horas después, una jornada de calma y tensión, pero sobre todo de intensa emoción y, porque no decirlo, de homenaje a los seis miembros del Govern en injusta prisión y condenados por el Tribunal Supremo a decenas de años de reclusión. Oriol Junqueras, Jordi Turull, Raül Romeva, Quim Forn, Josep Rull y Dolors Bassa suman entre los seis 4.466 noches en prisión y ninguno de ellos ha podido acceder aún a ningún permiso penitenciario dado lo elevado de sus condenas.
Llegaron presos en furgones policiales y así regresaron nuevamente a Lledoners y Puig de les Basses, todo demasiado rápido, triste e injusto. Ni los aplausos de los diputados y de los funcionarios de la Cámara a su entrada y su salida del Parlament fueron suficientes para dejar de lado un cierto sabor agridulce entre los que lo contemplábamos por el escaso tiempo de libertad de aquellas horas. Diferente, claro está, a cómo lo vivieron los seis presos políticos. Uno de ellos me comentó, acabada su intervención, la importancia de volver al Parlament y la felicidad por las horas en la Cámara catalana, que había vivido con gran ilusión. Ni un reproche, ni el hecho de que se movieron acompañados en todo momento de mossos d'Esquadra de paisano que los vigilaban. Pero su entereza y su valor, también sus convincentes explicaciones, dio sentido a una sesión parlamentaria que Ciudadanos, PSC y PP, el armazón parlamentario de aquel nefasto 155, prefirieron ahorrarse, bien sea por vergüenza, por mala educación o por no tener que pasar un mal trago.
La presencia de los miembros del Govern en situación de prisión en el Parlament fue con motivo de su comparecencia en la comisión que estudia las consecuencias de la aplicación del 155. También, por el devastador impacto en los distintos departamentos de la Generalitat, con las graves consecuencias para los ciudadanos que supuso la paralización de toda la Administración por el cese del Govern de Catalunya y la supresión de la autonomía catalana. A medida que avanzaban las exposiciones de Junqueras, Turull, Romeva, Forn, Rull y Bassa cobraba sentido el por qué el Estado había querido propinar un escarmiento al independentismo y aniquilar de cuajo una generación política. El Estado fracasó, con todo, y su análisis de que tomaría el poder con un gobierno unionista fue equivocado y el independentismo revalidó su mayoría el 21 de diciembre de 2017.
Pero aquella victoria aplastante en las urnas y humillante para el Estado, empezando por el rey Felipe VI, que se había colocado el 3 de octubre al frente con su discurso, seguramente hubiera sido gestionada de otra manera por el Govern en el exilio y en prisión y, en cambio, hubo que improvisar una nueva generación para coger el improvisado testigo. Y la política, como todos los oficios, necesita años de experiencia y de conocimiento. Aquel Govern de 2017 había llegado al punto exacto de cocción y de liderazgo en la sociedad catalana para llevar a cabo el referéndum del 1 de octubre y solo el uso de la fuerza policial y de los tribunales lo hizo descarrilar.
Que después de tantas noches de prisión y de una condena tan sumamente injusta, ningún reproche salga de sus bocas y la sonrisa impere en sus rostros demuestra de qué pasta están hechos. Y lo necesarios que siguen siendo en la encrucijada actual en que se encuentra Catalunya.