El estreno de la XIII legislatura de las Cortes españolas ha estado marcado por dos situaciones claramente antagónicas: por un lado, la dignidad de los presos políticos independentistas, presentes tanto en el Congreso como en el Senado, y, por otro, la vergüenza de un Estado incapaz de cumplir los mínimos democráticos exigibles con unos parlamentarios que, guste o no, han sido escogidos por los ciudadanos catalanes como sus representantes. Junqueras, Sànchez, Turull, Rull y Romeva, en su restringida libertad, no negaron el saludo a nadie, tampoco a aquellos que han hecho lo posible para que estén siendo juzgados en el Tribunal Supremo, con petición de penas del todo exageradas en el actual ordenamiento jurídico, cosa que les mantiene en una injusta prisión provisional que ya asciende para ellos entre los 456 y los 582 días.
Era la dignidad de los que lideraron el país en el referéndum del 1 de octubre y que hoy están en la prisión o en el exilio. Pero eran también los representantes de más de dos millones de electores que aquella jornada hicieron historia y que este martes pudieron mirar directamente a los ojos a los que han montado esta causa general contra el independentismo. Otros, no pudieron aguantar igual la mirada. En momentos diferentes, Junqueras y Jordi Sànchez pidieron hablar, directamente, a Pedro Sánchez. El independentismo dispuesto a dialogar, cueste lo que cueste, en esa carrera de fondo en la que el otro siempre dice que no.
Las cinco horas de sesión parlamentaria tuvieron momentos de vulneración de derechos fundamentales, como el de libertad de expresión, en medio de todo el montaje del deep state para minimizar al máximo la obligada presencia de los presos políticos en la sesión de constitución de las Cortes españolas. Desde la prohibición a que conversaran con los periodistas, hicieran declaraciones públicas o pudieran utilizar un teléfono móvil para hablar con un medio de comunicación, hasta las medidas restrictivas para que pudieran ver a sus familiares presentes en la sala. También, ridículos: como que el diputado preso Jordi Turull tuviera que fumar en un lavabo ya que no se le permitía como al resto de parlamentarios salir a una terraza habilitada para fumadores.
Pero al lado de la dignidad de los presos sobresalía la vergüenza de un Estado que emergía a ojos de la opinión pública internacional con presos políticos en su hemiciclo. Algo que no ha pasado, obviamente, desapercibido para la opinión pública internacional desde el mismo lunes en que acudieron a recoger sus credenciales en un coche policial. Las escenas de diputados de la troglodita derecha española golpeando exageradamente sus pupitres, para que no se oyera cómo prometían los diputados independentistas la Constitución bajo la fórmula de "por la libertad de los presos políticos y el retorno de los exiliados, por la República y por el 1 de octubre", no son más que el reflejo de los que, frente a la palabra, solo tienen como respuesta el odio, la agresión y el autoritarismo.
Junqueras, Sànchez, Turull, Rull y Romeva, ya de regreso a sus celdas de Soto del Real, bien pueden hacer suya aquella canción que cantaba Raimon también un mes de mayo de hace ya 51 años, en la Facultad de Ciencias Políticas y Económicas de la Universidad Complutense de Madrid, y que llevaba por título 18 de maig a la ‘villa’. Aquellos versos que inmortalizaron aquel concierto, en un contexto de final de la dictadura y de ansias de libertad, parecen escritos para una jornada tan triste como la de este martes en las Cortes: ‘Per unes quantes hores / ens vàrem sentir lliures/ i qui ha sentit la llibertat/ té més forces per viure’.
Por eso el Supremo y las mesas del Congreso y del Senado quieren a cualquier precio que esta situación, estas imágenes, no se vuelvan a repetir. Y de ahí que no tengan reparo alguno en violentar mecanismos y saltarse los trámites. ¿Que hay que pedir un suplicatorio? Se interpreta la norma al antojo de quien tiene la sartén por el mango... y ya está. Todo muy normal aunque no tenga nada de normal.