Catalunya tendrá presupuestos y ello ya es por sí solo una buena noticia. Unos presupuestos expansivos por los que el Govern de Esquerra Republicana ha tenido que hacer concesiones que no quería y esperar un tiempo que no pensaba que fuera tan largo para adaptarse al timing que le marcaba el PSC. Pere Aragonès supera así no solo un proyecto legislativo importante en cualquier país normal, sino que también dribla la espada de Damocles de unas elecciones catalanas a la vuelta de la esquina, habida cuenta de la exigua mayoría que conforma el actual Ejecutivo, 33 diputados de 135 posibles. Los socialistas marcan el perfil de los nuevos presupuestos imponiendo sus emblemáticos proyectos del Cuarto Cinturón o ronda del Vallès y del Hard Rock y, mucho más matizadamente, el de la ampliación del aeropuerto de El Prat —en el documento se habla de modernización— pero, al final, se mire como se mire, los presupuestos son una carta que cuando salen adelante el más beneficiado siempre es el gobierno de turno.
Después de tres meses de negociaciones entre republicanos y socialistas, con múltiples altibajos y momentos en los que parecía que el acuerdo iba a ser inalcanzable, el president Aragonès puede respirar mucho más tranquilo. No ha sido como en 2010, 2013, 2016, 2018 y 2019, en que se tuvieron que prorrogar por falta de una mayoría parlamentaria que diera respaldo a las cuentas de la Generalitat. Una situación que vivieron los presidentes Artur Mas, Carles Puigdemont y Quim Torra. Tampoco ha sucedido como en los presupuestos de 2022, aprobados excepcionalmente en tiempo y forma por única vez desde 2009 por el conseller Jaume Giró para que entraran en vigor el 1 de enero de aquel año, pero ya sabía que el abandono de Junts per Catalunya del Govern el pasado mes de octubre tendría para Esquerra dos caras radicalmente diferentes. Perdía los 32 votos que le acercaban a la mayoría absoluta en el Parlament pero ganaba cohesión en el Govern, apartaba el ruido de la disputa entre los dos partidos y tenía todas las porciones del puzle para repartir entre los suyos, amén de mandar a su principal rival electoral a las tinieblas.
Y en el haber de Aragonès está el lograr sacar adelante los dos presupuestos en los dos años que lleva de president, aunque para ello haya necesitado mayorías diferentes. En su investidura como president lo hizo con el apoyo de Junts y la CUP, los primeros presupuestos con Junts y los comuns y los de este año con el PSC y los comuns. Es obvio que de aquella investidura parlamentaria, que respondía más al 52% de los votos y a la presión de esos resultados electorales excepcionales del independentismo que al buen entendimiento entre las formaciones políticas que lo representan, no queda nada. Los presupuestos certifican esta realidad aunque la verdadera prueba del nueve no han sido las cuentas públicas sino la ruptura del Govern.
Tampoco Junts puede hacer girar la rueda de la manera que más le interese a la hora de explicarse ante la opinión pública. Salió del Govern en una decisión precipitada, fruto de la combinación de las zancadillas de Esquerra y de la falta de musculatura política imprescindible en cualquier gobierno de coalición. Y, sin hoja de ruta, se fue a la oposición sin que hasta el momento haya sabido encontrar cual debe ser su perfil político en una situación tan compleja como la de Catalunya, donde una parte de la política tiene que ver con la represión pero otra, también importante, tiene que ver con las necesidades diarias de los ciudadanos, la creación de riqueza y las dificultades para llegar a fin de mes. Porque no es lo mismo hacer la política de Trias, por ejemplo, o la de Laura Borràs. Una y otra están en las antípodas y, quizás, antes de ir a la oposición en Catalunya como segundo partido, detrás del PSC, tenían que haber diseñado el tipo de oposición que iban a hacer y no ir a salto de mata.