Las primarias del Partido Popular han puesto al descubierto tantas costuras rotas que ni la ganadora puede sentirse satisfecha. Porque, ciertamente, ha ganado la primera vuelta Soraya Sáenz de Santamaría. Pero su ventaja respecto al segundo clasificado, Pablo Casado, es de poco más de 1.500 votos y habida cuenta de que María Dolores de Cospedal (tercera) y José Manuel García Margallo (cuarto) son enemigos declarados de SSS, los votos que tiene en contra la exvicepresidenta del Gobierno pueden dar al traste con su pírrica victoria en el congreso que se celebrará en un par de semanas.
Las primarias han puesto al descubierto dos cosas más, ninguna buena para el PP. En primer lugar que es una organización de muchos menos militantes de los que habían propagado durante años. Aunque es una anécdota, vale la pena resaltarlo: al presidente de Òmnium, Jordi Cuixart, le votaron el pasado 16 de junio más socios que militantes del PP han dado apoyo a Sáenz de Santamaría.
En segundo lugar, el PP ha emergido de las primarias como una organización claramente de derechas ―el centrismo no aparece ni para ganar votos―; sin musculatura para atraer votantes que puede haber ido perdiendo por la corrupción o la inacción política, y, finalmente, sometida a una lucha cainita de sus dirigentes, muy superior a la que se podía pensar inicialmente.
Aunque ningún candidato ha entrado públicamente en el debate durante la campaña, desde los respectivos equipos se ha especulado con guerra de dossieres circulando arriba y abajo, con material suficiente para apartar de la carrera a algún que otro precandidato. Sea o no sea así, la agresividad de Casado defendiendo sus opciones de cara al congreso demuestra que, ciertamente, la batalla no ha finalizado.