La comparecencia del president de la Generalitat, Salvador Illa, este jueves en el Parlament para dar cuenta de su recién nombrado Consell Executiu y las políticas de su gobierno, ha servido para empezar a conocer cuáles son los ejes de la política catalana en esta nueva etapa, en la que, por primera vez, el PSC ocupa el ejecutivo catalán en solitario. O, en todo caso, como dicen algunos de sus críticos, en coalición con Convergència i Unió, de cuyos extintos partidos hay dos representantes en el nuevo Govern: Miquel Sàmper, ex CDC, al frente de la conselleria de Empresa i Treball, y Ramon Espadaler, ex Unió Democràtica, conseller de Justícia i Qualitat Democràtica. Dos primeros apuntes: Illa es un parlamentario gris, pero ni mucho menos endeble. Suple las cualidades que no tiene con un barniz de político realista, dialogante y cumplidor. El tiempo lo dirá. Como no se parece a Pasqual Maragall por razones obvias, se le puede comparar con José Montilla, el otro dirigente del PSC que también ocupó la presidencia de la Generalitat. Si el lema de este último fue Fets, no paraules, pronto Illa intentará acuñar el de Fets i paraules. Su movimiento en el tema de la ampliación del aeropuerto va en esta dirección.
Como suele suceder en este tipo de debates parlamentarios, quien controla el poder parte con ventaja. No fue una excepción. Illa lo superó casi sin despeinarse y dejó claro que no era su antecesor, Pere Aragonès. Y que con tan solo unos pocos diputados más y con oficio político se puede gestionar una disputa parlamentaria, enfriar las críticas de la oposición y centrar los temas que quiere situar como capitales en el inicio de su mandato, más allá de la cuestión de El Prat. La nueva financiación autonómica y la seguridad figuran como número uno y dos de sus prioridades. El primero, porque sabe que el equilibrio entre lo firmado con Esquerra y el gobierno de Pedro Sánchez no va a ser fácil; y el segundo, porque intuye que va a ser un debate importante en los próximos años y, en la medida de lo posible, quiere separarlo de la inmigración, aunque también sabe que no será sencillo.
Junts optó por una intervención agresiva, con reproches a sus primeros días como president —el viaje a Lanzarote para reunirse con Sánchez, la ausencia en el acto de homenaje a las víctimas del atentado de 2017 o el nombramiento y la renuncia posterior del marido de la consellera Sílvia Paneque como su jefe de gabinete— y su dependencia del socialismo español. Una intervención, la de Albert Batet, buscando el cuerpo a cuerpo, de la que Illa se zafó con oficio parlamentario, recordándole al exconvergente, y refiriéndose al president Jordi Pujol, que "ya hace 40 años que alguien quiso dar lecciones de ética y todavía no hemos escarmentado". Esquivó Batet el debate del aeropuerto, como si no fuera con Junts, y desaprovechó la oportunidad de adoptar una posición fuerte y clara a favor de la ampliación, algo que siempre han defendido. Habrá que esperar a que Carles Puigdemont pueda ejercer de jefe de la oposición para ver un auténtico duelo entre líderes en el Parlament, algo que no sucederá hasta que el Tribunal Constitucional corrija la interpretación que está haciendo el Tribunal Supremo de la ley de amnistía.
Habrá que esperar a que Carles Puigdemont pueda ejercer de jefe de la oposición para ver un auténtico duelo entre líderes en el Parlament
Poco interés despertaron las intervenciones de Marta Vilalta, de Esquerra, y Jéssica Albiach, de los Comuns. Ambas representan a dos formaciones políticas que son unos socios singulares. Están pero no están. Apoyan, pero sin que se note. Y esperan que, con el tiempo, puedan entrar en el Govern. En Catalunya y en Barcelona. Será más fácil lo segundo que lo primero, ya que en la capital catalana Ernest Maragall ya se apartó para facilitar el acercamiento al alcalde Jaume Collboni y Ada Colau quizás no tarde mucho en hacer lo mismo. Quien lo tenía más difícil era Vilalta, que optó por una intervención light y sin riesgo, algo normal en un partido que, en estos momentos, no tiene rumbo alguno.
Un pequeño apunte para la diputada Sílvia Orriols, de Aliança Catalana. La extremista de Ripoll sube al hemiciclo con la lección bien aprendida y sobre un patrón toca siempre los mismos elementos: inmigración, inseguridad, izquierdismo-comunismo, Catalunya y España. Su discurso es indiscutiblemente populista y también preocupante. Como lo es el de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen en Francia o el de Giorgia Meloni en Italia. Pero se ha ido abriendo camino en los países vecinos. Aquí, en Catalunya, no sabemos qué pasará. Pero su demagogia irá calando si no se da respuesta a los problemas que ella plantea.