Hacía ya varios días que se veía venir. De hecho, en la Semana Santa ha habido suficientes pronunciamientos de líderes políticos que, hablando de la situación política en Catalunya, estiraban de dos hilos: los Comités de Defensa de la República (CDR) —y su violencia sistémica, comparándola con la kale borroka—, y el necesario control de TV3, cuyo magnetismo por apoderarse de ella al precio que sea es directamente proporcional a su creciente liderazgo entre los canales de televisión públicos y privados. La estrategia, por tanto, no es desconocida ni nueva. Ya sucedió con la supuesta violencia de las concentraciones frente a la Conselleria de Economia de rambla Catalunya, que acabaron sin ningún herido y que mantiene en la prisión de Soto del Real a Jordi Sànchez y Jordi Cuixart, que en aquella época, el mes de septiembre, eran los líderes de la ANC y Òmnium y ahora el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena les acusa de rebelión.
Si vamos a las hemerotecas, tanto de diarios como de radios y televisiones, el procedimiento es el mismo: primero se crea el relato y después actúa la fiscalia. En este caso, nada menos que la de la Audiencia Nacional, en el primer día hábil después de Semana Santa, ya que el lunes de Pascua no es festivo en Madrid. Volvamos a las hemerotecas: en la campaña de denuncia de los CDR se pueden encontrar dirigentes importantes del PP y de Ciudadanos y más recientemente, del PSOE. Incluso el dirigente de los comuns, Xavier Domènech, ha llegado a declarar que "la violencia de los CDR no ayuda", unas palabras que corrigió horas más tarde de la entrevista en que así lo afirmaba señalando su error y abogando por "ninguna criminalización de la protesta ciudadana". La nota de la fiscalía ya avanza hipotéticos delitos de los CDR, incluidos el de rebelión y el de subvertir el orden constitucional.
Lo hemos dicho siempre y ha sido comúnmente reconocido por todos: el movimiento independentista catalán si tiene una característica común y transversal es la no violencia. Lo ha puesto de manifiesto en infinidad de ocasiones. Incluso cuando las posibilidades, aunque remotas, hacían prever lo contrario. El 1 de octubre fue un claro ejemplo de ello y la represión recibió como respuesta más común la protección de las urnas de votación y las manos al aire de los manifestantes. Desde que se iniciaron las primeras manifestaciones multitudinarias del 11 de setembre, sobre todo a partir del año 2014, se ha tratado de introducir la violencia como una de las ecuaciones para desestabilizar el independentismo. El fracaso ha sido meridiano, ya que la violencia no forma parte del tronco central del movimiento independentista catalán. Las graves acusaciones que avanza la nota de la fiscalía y el salto de hipotéticos actos de violencia a rebelión permite trazar un paralelismo con las acusaciones de Sànchez y Cuixart.
Y da la impresión también que lo que se está buscando es presentar la situación en Catalunya y su seguridad como colapsada. Quién sabe si en algún despacho se ha teorizado que ello iba a ayudar a que el estudio de las euroórdenes de extradición que ha pedido España a Alemania, Reino Unido, Bélgica y Suiza pudiera tener en cuenta esta situación.