Después de que las elecciones del pasado 10 de noviembre dejaran desnudo y sin votos a Ciudadanos y se llevara por delante como un verdadero tsunami a Albert Rivera, Inés Arrimadas cogió el timón de un barco a la deriva y sin futuro que también ella había contribuido a pulso a hundir con su política de confrontación, vacía de contenido alguno más allá de la demagogia incendiaria y excluyente.
Con tres elecciones por delante, País Vasco y Galicia el 5 de abril y más tarde Catalunya, en una fecha aún por decidir, Arrimadas se arriesga a que literalmente el partido naramja desaparezca o acabe quedando en una posición tan menor que pase a ser aún más insignificante. Calabazas ha recibido del líder del PP gallego, Alberto Núñez Feijóo, que no quiere ni oír hablar de una coalición electoral que, lejos de sumar votos, puede hacer huir a los votantes más centristas del presidente de la Xunta. Pablo Casado ha intentado algún escarceo pero el barón popular no está para bromas cuando se juega la presidencia.
En el País Vasco también le han dado portazo a Ciudadanos los del PP pero con una diferencia: allí, Casado ha doblegado a su partido porque sus barones son de tres al cuarto, dirigen una formación muy residual. En cualquier caso, es una alianza con poco rédito para los dos partidos que, todo lo más, sumarán algún escaño más a los pocos que le pronostican las encuestas en el Parlamento de Vitoria.
Por si todo ello fuera poco, en Cs, un partido domesticado para que no haya posiciones críticas, el vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Francisco Igea, líder del sector crítico, ha decidido cuestionar a Arrimadas el liderazgo en el congreso previsto para el 15 de marzo y que debería ser el de su entronización definitiva. En todo caso, si Arrimadas gana su primera batalla interna, es evidente que los resultados electorales del País Vasco, Galicia y sobre todo Catalunya pueden acabar siendo su tumba política.
Arrimadas sabe que donde se juega su futuro es en las elecciones catalanas. Aquí nació Ciudadanos en 2006 y aquí podría desaparecer catorce años después, en plena adolescencia, todo un reflejo de lo que ha sido un partido que no ha llegado a alcanzar la madurez, encegado en destruir todo lo que tuviera a su alcance, desde la lengua a la convivencia. Cs ha sido un artefacto político de acoso, bronca y derribo, no de construcción. Será por eso que Arrimadas ha venido este viernes a Barcelona a buscar sus raíces y reencontrarse con aquel mensaje de un tiempo que no volverá y con aquella receta de siempre: estamos aquí para batallar contra el nacionalismo que amenaza a España. Muy poco mensaje para recuperar lo perdido, entre otras cosas, porque los socialistas catalanes ya han decidido situarse también en este espacio y tienen el viento de cola que les sopla a favor. También ha perdido Arrimadas el apoyo mediático unionista que le reía todas las gracias con tal de que en su boca estuviera siempre el ataque a los independentistas.
Los aliados se han evaporado con la misma velocidad a la que llegaron. Y lo que nació para acabar con Podemos y con el independentismo ha conseguido exactamente lo contrario de lo que pretendían sus patrocinadores: los de Pablo Iglesias están en el gobierno español y el independentismo, incluso con sus disputas y peleas internas, mantiene una sólida posición como bloque político mayoritario en Catalunya.