Justo el día en que se producía un nuevo caos ferroviario en la deficiente red de Rodalies de Barcelona, que afectó a siete líneas y a decenas de miles de pasajeros, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, pronunció en el Senado una de esas frases que siempre gusta decir a los gobernantes y, más en estos tiempos, refiriéndose a Catalunya: "Es necesario hablar de los problemas reales de los catalanes: presupuestos, infraestructuras e inversiones". No sabe hasta qué punto el déficit crónico en estas tres cuestiones ha provocado un enfado tan monumental en la sociedad catalana que, junto a otros desaires, ha acabado por situar el conflicto en una zona de no retorno. Entre otras cosas, porque la sociedad catalana podrá estar dividida entre los que están a favor de la independencia de Catalunya y los contrarios pero la división es prácticamente inexistente cuando se habla de celebrar un referéndum o del maltrato que ha recibido en los últimos años Catalunya por parte del Estado. Aquí, los porcentajes se acercan siempre al 80%.
El problema que existe es que si se debate lo que Rajoy entiende como los problemas reales de los catalanes, tampoco su gobierno saldría bien parado. A finales del pasado año, la Cambra de Comerç de Barcelona presentó un informe a partir de datos del Ministerio de Hacienda, referidos al 2015, demoledor. El ejercicio registró el peor balance de la historia en cuanto a inversión del Estado en infraestructuras en Catalunya ya que solo se ejecutó el 59% de lo presupuestado. Un segundo dato: mientras el peso económico de Catalunya fue del 18,9% y el de población no le anda a la zaga, la inversión regionalizada del Estado en infraestructuras solo fue del 9,9%. Aquí habría que añadir a título de inventario que obviamente Madrid estuvo junto a Castilla-La Mancha y Cantabria entre las comunidades donde la ejecución de las inversiones del Estado en infraestructuras superó el 100%. Porque esto puede llegar a pasar, aunque la única confirmación que podamos tener sea a partir de los informes de Hacienda.
Hablar de cosas reales tiene este pequeño inconveniente: que los datos de presupuestos, infraestructuras e inversiones no es que sean malos, sino que son horribles. Quizás lo más aconsejable sería que no se metieran en este terreno porque las posibilidades de sufrir un revolcón son altas. En cambio, mientras se habla de la Operación Catalunya el teatrillo puede ir más o menos aguantando. Eso sí, a trancas y barrancas, con conversaciones discretas, indiscretas, secretas o reservadas, pero muy lejos de una reunión para negociar la celebración de un referéndum.