Una manera de analizar las campañas electorales y saber cuál es el candidato a batir es fijarse en quién es el principal receptor de los dardos que se lanzan entre los aspirantes. Normalmente, este papel central acostumbra a quedárselo el que ostenta el poder, el presidente a desalojar por los partidos de la oposición. Pedro Sánchez, en el caso de las anteriores elecciones españolas, o Ada Colau, en las municipales de ahora hace un año. En el caso de las elecciones catalanas del próximo 12 de mayo no es exactamente así. En parte, porque quien ocupa la Generalitat no fue el ganador de los comicios de 2021 —la victoria correspondió a Salvador Illa, aunque no logró apoyos para su investidura—, pero también porque, sea cual sea el resultado final, el referente de Carles Puigdemont en la campaña y la simbología del exilio desde 2017, al menos para una parte importante del independentismo, lo distorsiona todo. Al menos, por ahora.
Esta campaña va, por ahora, sobre todo de si Puigdemont gana o pierde, y ese no era el frame imaginable cuando el president Aragonès convocó elecciones sorpresivamente el pasado 13 de marzo. Eso no quiere decir que tenga una campaña fácil el president en el exilio porque los adversarios también juegan y tienen cartas importantes a desplegar. Illa conserva el punch del ganador de las últimas elecciones municipales y españolas, que fueron especialmente satisfactorias para el PSC. Todas las encuestas sin excepción le conceden la primera posición, aunque tropieza con dificultades para colocar el cuatro —los 40 diputados— como primer dígito del número de escaños. Esquerra, por su parte, dispone de la maquinaria de la Generalitat, que si era un arma electoral muy potente para Pujol, Maragall o Mas, obviamente también lo es para Aragonès. Por no hablar de su estructura municipal y del hecho de disponer de un partido engrasado para los embates electorales.
Esta campaña va, por ahora, de si Puigdemont gana o pierde, y ese no era el 'frame' imaginable cuando Aragonès convocó elecciones sorpresivamente
Tan solo este martes, leo los siguientes titulares en diferents medios: "Vilagrà [la consellera de Presidència] atribuye a Puigdemont 'falta de propuestas' por su negativa a debatir con Aragonès". "Reproche de Aragonès a Puigdemont: 'Hace 10 meses decían que negociar era traicionar al país y ahora lo hacen'". "El PSC dispara contra Puigdemont: 'Catalunya ya ha superado los personalismos'". O este último: "La CUP celebra la vuelta de Puigdemont [se refiere al anuncio de su retorno], pero advierte que la independencia no depende de ello". "Alejandro Fernández acusa a Puigdemont de hablar solo de 'sus movidas' y rechaza hablar con Junts: 'Es de Barrio Sésamo'". O el último post de Carlos Carrizosa de Cs con el cartel electoral en que pide detener a Sánchez y a Puigdemont. Encontraríamos más, pero con estos es necesario y más que suficiente para hacerse una idea.
El más sorprendente es el del PSC, ya que merecería todo un debate sobre los personalismos versus los liderazgos, pues muchas veces no van tan separados. ¿O acaso el liderazgo de Pasqual Maragall no se nutría de un fuerte personalismo? Si no, ¿cómo se entiende, primero, la disputa del expresident y exalcalde de Barcelona y, después, su ruptura con el PSC? Otro ejemplo: nadie encarna en la política española una dosi mayor de personalismo que Pedro Sánchez. Incluso su antecesor, Felipe González le ha acusado de no tener un proyecto nacional y de cargarse el partido. Lo cierto es que al lado de Pedro Sánchez, en lo que se refiere a personalismos, todos son, cuando menos, unos pobres advenedizos.