El viaje relámpago y discreto del president Carles Puigdemont a Atlanta, Estados Unidos, invitado por el Centro Carter -una institución especializada en la defensa de los derechos humanos, la promoción de la democracia en todo el mundo y la resolución de conflictos y que tiene como referente a Jimmy Carter, presidente norteamericano en el período 1977-1981 y premio Nobel de la Paz en 2002, es el mayor golpe de efecto en el exterior del titular de la Generalitat en el tiempo que lleva al frente de la institución.
Es obvio, además, que el encuentro de 25 minutos que acaba de mantener Puigdemont con el expresidente norteamericano, y del que hemos venido informando en El Nacional en exclusiva, tampoco es una reunión cualquiera por muchos motivos. La relevancia internacional de Jimmy Carter, que en octubre cumplirá 93 años, es indiscutible y a título de ejemplo desde su ONG se han monitorizado procesos electorales, tanto comicios como referendos, en casi un centenar de países. No sería el caso catalán y el referéndum pero vale la pena conocer su experiencia.
El Gobierno español ha tratado de cortar en seco la famosa internacionalización del proceso independentista catalán, a un precio muy alto, como ha reconocido en numerosas entrevistas el exministro de Asuntos Exteriores José Manuel García Margallo, y ha sido incapaz, en esta ocasión, de detectar primero e impedir después una visita que consume sus últimas horas y que puede ser crucial en los próximos meses. La oficiosa diplomacia catalana -y también algún relevante catalán residente en EEUU- ha conseguido una invitación para el plenario anual del Centro Carter, bajo la dirección del empresario y filántropo John Jay Moores y al que asisten en la reunión anual de Atlanta la Junta de Administradores da la entidad y una amplia Junta de Consejeros. En total, alrededor de 200 personalidades y profesionales influyentes de los negocios, la educación, la economía y la cultura norteamericana y también políticos que no están en activo.
En este influyente foro que evalúa conflictos en todo el mundo y que goza de un sólido prestigio internacional, Puigdemont ha sido invitado primero a asistir a la asamblea y realizar numerosos contactos. Y después a hablar con Carter para explicar cuáles son las razones de Catalunya, del Govern y del Parlament para querer celebrar un referéndum de independencia, a poder ser pactado con el Estado español y si no fuera así, después de proponerlo una y otra vez al Ejecutivo de Mariano Rajoy, una consulta unilateral.
Con esta importante cita, las autoridades catalanas ya han conseguido el impacto necesario para desarbolar de una vez por todas el mantra de que el procés es de consumo doméstico y de nulo interés en el exterior. Además hay que sumar visita que realizarán el domingo a Barcelona dos congresistas de los Estados Unidos con el objetivo de conocer de cerca el proceso catalán. Durante su estancia se entrevistarán con el president Puigdemont quien les ofrecerá una cena en el Palau de la Generalitat con asistencia del vicepresidente, Oriol Junqueras, y el conseller Raül Romeva.
La política internacional son intereses políticos y económicos. Y las relaciones entre Estados son las que son. Pero la fuerza de un Estado no se mide por su arrogancia. Tampoco por su capacidad para imponer determinados discursos políticos y mediáticos de corto recorrido. La talla, la altura de miras, reside siempre en la capacidad de los gobernantes para ilusionar y convencer a sus ciudadanos. La semana pasada, el Estado español hizo un alarde de fuerza para rebajar al máximo el viaje oficial del president Puigdemont a Boston, Washington y Nueva York y para tratar de ridiculizarlo. Cinco días después de regresar a Barcelona, el titular de la Generalitat ha vuelto discretamente a EE.UU., se ha entrevistado con Carter y ha penetrado en la reunión de una institución considerada el sancta sanctorum de la promoción de la democracia en todo el mundo y el Gobierno español y su diplomacia se han enterado cuando ya no han podido hacer nada para impedirlo.