El president Carles Puigdemont ha destacado los valores de la República catalana en su discurso de Fin de Año emitido desde Bruselas, ciudad en la que se ha exiliado junto a cuatro consellers de su Govern. El mensaje de Puigdemont es un desafío al inmovilismo de Mariano Rajoy y un canto a que los catalanes disfruten de los valores republicanos: libertad, igualdad y fraternidad.
A buen seguro que el discurso levantará ampollas en Madrid, que contemplaba el post-21-D en otro contexto y con otros actores. Una circunstancia que no se ha producido en las urnas y está a expensas, en todo caso, de lo que suceda en los despachos políticos y judiciales. Y en cambio, lo que sucede es que el president destituido por Rajoy y en condiciones aritméticas de ser reelegido por el Parlament lo que manifiesta es que Catalunya es un pueblo “democráticamente maduro, que se ha ganado el derecho a hacerse a sí mismo como república de hombres y mujeres libres”.
Puigdemont invita a Rajoy a aceptar los resultados, la victoria del independentismo y lo emplaza a negociar sin más demora. Lo hace responsable de haber enredado a los líderes de la UE con un compromiso que no se ha cumplido y que consistía en haber acabado con el independentismo antes de Navidad. Y le exige que repare el daño causado porque las urnas ya han hablado.
Un último apunte: es la primera vez desde la Generalitat restaurada, en 1977, con Josep Tarradellas volviendo del exilio, que en estas fechas el president de Catalunya no puede dirigirse a los catalanes desde el Palau de la Generalitat. No es un dato menor, ni un apunte a pie de página: los estragos del 155 no se solucionarán en meses. El Estado sabía lo que hacía con una iniciativa que no era constitucional, aunque así se haya presentado y haya sido avalada en las Cortes.
El resultado del 21-D exige un nuevo tiempo, un diálogo y una negociación. Los catalanes así lo han querido.