Es de primero de negociación no ofender a tu interlocutor pensando que es bobo o un ignorante. Ya se entiende que ni el PSOE ni el PP estaban preparados para una negociación con Carles Puigdemont y que los resultados electorales del 23 de julio lo hicieron saltar todo por los aires. Pero plantear la reforma del sistema de financiación autonómica, que data de 2009 y debía haberse renovado en 2014, primero con Mariano Rajoy y después con Pedro Sánchez, y que ahora ha resucitado la ministra de Hacienda y Función Pública en funciones, María Jesús Montero, como un gesto hacia Junts per Catalunya, no llega ni a la categoría de guiño. Vamos, es como para ni inmutarse. Para no mover ni una ceja.
Para quien no lo recuerde, el sistema de financiación ofrecido equivaldría al "titas, titas, titas" de Jordi Pujol en el año 2002, con el que el president se sacó de encima la presión del PP ante las ofertas de bajo perfil de José María Aznar. Dijo Pujol, refiriéndose a Aznar: "Vienen y nos ofrecen cargos y prebendas. ¿Quién se han creído que somos nosotros? Nosotros no estamos en política por los cargos, estamos al servicio de un proyecto de país. Es como mi abuela cuando iba al gallinero y gritaba a las gallinas diciendo: 'titas, titas, titas'".
Si Sánchez quiere realmente superar la investidura, tendrá que aterrizar en la situación, cosa que no ha hecho. Incluso el PP se está moviendo de cara a la configuración de la Mesa del Congreso y la presidencia de la cámara baja, que sabe que no podrá retener para uno de sus diputados y ha abierto el compás hacia el amplio bloque de partidos periféricos. Lo acabará haciendo también el PSOE, es cuestión de tiempo. Siempre, el mejor situado, cuando esto se plantea, acaba siendo el PNV, otra cosa es que les acabe interesando a los diputados vascos.
La Mesa del Congreso, con la elección de su presidente o presidenta y la posterior investidura del inquilino de la Moncloa serán paquetes diferentes pero tendrán vasos comunicantes. El principal de todos ellos, el interlocutor negociador: Carles Puigdemont. El primer tema, la amnistía, piedra angular de la negociación y de un futuro acuerdo. No va a quedarse fuera en ninguno de los supuestos y tendrá que ser firmado con luz y taquígrafos por el candidato —o su negociador designado— y por el president. Habida cuenta de que no puede viajar a España, se tendrá que refrendar en otro país, no necesariamente Bélgica.
Estas van a ser las condiciones —más allá de todo el capítulo competencial— y un mensaje inequívoco en la dirección de que no va a aceptar chantajes. Va a primar el eje nacional por encima del ideológico. El espantajo de Vox, por muy de ultraderecha que sea, no va a decantar la negociación de Junts. En todo caso, será el PP quien no podrá cruzar la línea roja. El manual Puigdemont se empieza a desplegar y, además, lo hace, por lo que parece, sin instrucciones para sus interlocutores, que vivían bastante mejor con la carpeta del president exiliado sepultada en el fondo del armario.