La excepcional resistencia de los ucranianos, armados muchas veces con tan solo un fusil y, en muchas otras ocasiones, incluso con armas más rudimentarias para detener la invasión rusa, está sorprendiendo al mundo entero. Obviamente, el ejército ruso tiene una fuerza militar descomunal, que, en parte, está desplazando a Ucrania con decenas de kilómetros de tanques alineados uno tras otro dispuestos para intervenir. Desde ese punto de vista, la confrontación bélica es absolutamente desigual. El problema es que, más allá de intimidar, a Vladímir Putin el despliegue le vale de bien poco, ya que hay un consenso generalizado entre los analistas mundiales que una guerra a gran escala con decenas de miles de muertos que aplaste a los que hoy luchan por la libertad de su país es algo que no puede permitirse sin un coste aún más superior al que está pagando por un conflicto bélico que planteó mal y que aún es incierto en cuanto a su evolución.
Por eso, también, los días pasan sin un desenlace y los ucranianos han conseguido fijar en la opinión pública internacional una idea de resistencia frente al megalómano y despiadado Putin. Su homónimo ucraniano, Volodímir Zelenski, licenciado en derecho, actor y comediante, que aún no hace dos años que es presidente, cargo al que llegó empujado por una serie televisiva en la que ya desempeñaba en la ficción el papel que ahora tiene en la vida real, alcanza un nivel de popularidad cercano al 90% al cumplirse casi la primera semana de la invasión. Una situación diametralmente opuesta a la de Putin en Rusia, donde la contestación en la calle es continua, las detenciones de quienes desafían al régimen se suceden y la mecha del enfado en algunos sectores de las fuerzas armadas puede ser algo más que un rumor.
De ahí la aparente encrucijada rusa: avanzar con todo le plantea muchos problemas ―los chinos han hecho un amago de intentar rebajar la tensión expresando su apoyo a la soberanía e integridad de Ucrania― y seguir como hasta la fecha con ataques selectivos mantendrá el conflicto durante un tiempo indefinido, ya que la defensa ucraniana es suficientemente sólida y hoy no está amenazada. Esta es la gran carta de Zelenski, que la guerra se alargue y Occidente de una manera u otra acabe involucrándose más allá de las sanciones económicas que se han aplicado a Rusia ―que han situado el rublo en mínimos históricos y ahora tiene el valor de un céntimo de dólar―; las armas que desde diferentes países se le están facilitando para que pueda defenderse y el apoyo incondicional que está recibiendo. Un ejemplo evidente ha sido su intervención en el Parlamento Europeo, en la que, más allá del agradecimiento por videoconferencia del apoyo demostrado, pidió a los europeos un paso más y garantías de que no les dejarán de lado. En resumen, que el apoyo es serio y no coyuntural.
Hace bien Zelenski en pedir un compromiso de la Unión Europea superior, aunque sea difícil una traducción práctica que no implique un apoyo militar. La siempre frágil, dividida y timorata Europa está teniendo una respuesta muy superior a la que se podía pensar en los primeros días de la invasión. Alemania y Suiza han realizado dos movimientos tectónicos de gran importancia en la geopolítica internacional, modificando posiciones que arrastraban, en el caso de los helvéticos, desde hace dos siglos. Por su parte, Suecia y Finlandia se han acercado a la OTAN ante la irritación de Putin. Claro que se están moviendo cosas que parecían imposibles cuando se inició la invasión. De ahí que el paseo militar que seguramente Putin había previsto en los mapas con los que había trabajado esté siendo más un avispero y una pesadilla de la que muy bien no sabe cómo salir.