Al cumplirse una semana de la invasión de Ucrania lanzada por Vladímir Putin, el único mensaje procedente del Kremlin ha llegado por una vía indirecta a través del presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron: lo peor está por llegar. El presidente ruso mantiene el alto tono belicista empleado desde el primer día para justificar una intolerable entrada y agresión militar a un estado soberano donde los muertos ya se cuentan por miles y el desplazamiento de ciudadanos ucranianos a los países limítrofes alcanza la friolera de un millón de personas, de las cuales casi la mitad están en Polonia. Mientras, en las principales ciudades de Ucrania, el conflicto bélico se intensifica y la ciudad de Kyiv continúa bajo un implacable cerco militar para lograr el aparentemente aún lejano control del ejército ruso de la capital del país.
La única noticia mínimamente esperanzadora es el acuerdo alcanzado en las negociaciones que han mantenido este jueves sendas delegaciones de Rusia y Ucrania en Bielorrusia de abrir corredores humanitarios que permitan salir a las personas que lo deseen en las diferentes zonas afectadas por la guerra. Es muy poco, ciertamente. Pero es algo en un momento en que los bombardeos ininterrumpidos durante varios días han causado un nivel de devastación importante y han dejado a la población sin muchos de los suministros básicos. Estos corredores humanitarios, con un alto el fuego acordado, deberían servir para garantizar una evacuación segura y transportar además de primeros alimentos básicos, que ya no existen, medicinas; y, también, poder ser utilizados para organizaciones acostumbradas a actuar en zonas de conflicto como la Cruz Roja.
Pero más allá de estas noticias de carácter humanitario, entre las que hay que incluir el anuncio de la Unión Europea de que otorgará protección temporal a los refugiados de Ucrania, aprovechando una directiva de 2001, que será activada por primera vez y que les permitirá, al menos durante un año, disponer de un estatus similar al de un refugiado ―permiso de residencia, acceso al mercado laboral, a la vivienda y a los servicios de asistencia médica y derechos sociales―, el conflicto bélico y sus consecuencias siguen dominando la información después de siete días de invasión. Nada apunta que estemos al final de la invasión, ya que Putin está lejos de haber completado el objetivo de su acción militar, aunque sí que ha llegado muy lejos en el control de la extensa zona sur del país, la que le garantiza una importante salida al mar a través del mar Negro.
Aunque políticamente el papel de la UE queda muy lejos de ejercer una influencia imprescindible a la hora de ofrecer soluciones al conflicto, sí que ha emergido como un actor capaz de tener un rol en las sanciones económicas y de proporcionar ayuda humanitaria a los ciudadanos ucranianos; y, también, como un espacio de libertad al que los estados que aún no pertenecen tratan de quedar vinculados y encontrar el único paraguas posible ante la amenaza rusa. Si en los últimos días han sido Ucrania y Georgia los que han solicitado su ingreso en la UE, este jueves ha sido Moldavia la que ha firmado la solicitud de ingreso. Unas 100.000 personas procedentes de Ucrania han llegado a Moldavia en tan solo una semana. Se trata de un país de 2,6 millones de habitantes, considerado el más pobre de Europa. La mirada a la UE tiene su razón de ser ya que nadie sabe con certeza el final que tiene diseñado Putin en su avance invasor. Hoy limita con Ucrania, pero si se sale con la suya, ¿qué país será el próximo?