Recuerdo una conversación con el president Josep Tarradellas, en el Palau de la Generalitat, a las pocas semanas de llegar a Barcelona, después de un largo exilio que se prolongó durante 38 años. Tarradellas había regresado como president, en el único acto rupturista de la Transición española. "¿Sabe por qué la presidencia de la Generalitat es tan importante?", dijo, en voz alta y con la distancia protocolaria adecuada en aquella época -otoño de 1977-, que obligaba al "usted" entre un president y un periodista. Y, cómodamente sentado en un sillón en su residencia de la Casa dels Canonges, él mismo se respondió: "Por su historia. La institución simboliza exilio, prisión, un president fusilado por el franquismo, muchas más penurias que éxitos. Por eso, de nosotros, se espera que seamos, sobre todo, dignos del cargo".
En varias ocasiones he pensado en aquella frase en momentos como, por ejemplo, cuando el president José Montilla se puso al frente de la manifestación celebrada en 2010 contra la sentencia del Tribunal Constitucional contra el Estatut y que, en muchos aspectos, supuso el arranque de todo el debate actual, ya que se constató que la voluntad del deep state español era cerrar el ciclo autonómico más que abrir una segunda Transición. Lo mismo se podría decir de alguna situación vivida por los presidentes Artur Mas y Carles Puigdemont. La dignidad, el peso del cargo, como contraste con la frivolidad política de Pedro Sánchez.
Este lunes de noviembre, Quim Torra ha hecho de su juicio en el Tribunal Superior de Justícia de Catalunya por un delito inexistente un vibrante alegato político en defensa de las libertades, el derecho a la autodeterminación de Catalunya, el valor del referéndum del 1 de octubre de 2017 y su confianza en que ni la represión, por dura que sea, podrá cambiar la voluntad y el destino del pueblo catalán. En síntesis, un muy buen discurso. Dieciséis minutos para su último turno, que empleó para dar sentido a su desacato a la orden de la Junta Electoral Central de quitar del balcón del Palau de la Generalitat una pancarta pidiendo la libertad de los presos políticos y un lazo amarillo. Y para explicar al tribunal que, si finalmente es condenado, otros le seguirán, como él ha seguido la estela de sus antecesores, ya que la voluntad del pueblo catalán no la decidirán unos jueces.
Es muy posible, cuando Torra sea inhabilitado, algo que dependerá de la prisa que se dé el Supremo, que se convoquen elecciones catalanas, ya que parece imposible que el Parlament esté en condiciones de escoger un nuevo president con las mayorías parlamentarias actuales y la división del independentismo. Él hace tiempo que lo sabe y solo le falta decidir cómo remata su presidencia y si puede añadir algo a sus últimas palabras de este lunes: Visca Catalunya lliure!