Decepcionante y preocupante. Difícilmente hay otras palabras que definan mejor el discurso del rey Felipe VI en este martes 3 de octubre ante la situación creada en Catalunya tras la celebración del referéndum del pasado domingo y la brutal actuación represiva de la policía española y la Guardia Civil en diversas ciudades y pueblos de Catalunya, que dejó un reguero de 900 ciudadanos que precisaron asistencia sanitaria. Decepcionante porque la Corona ha renunciado a cualquier papel arbitral para encontrar una solución al conflicto, se ha dirigido en su mensaje televisivo tan solo a la minoría unionista existente en Catalunya y no ha demostrado la más mínima empatía hacia los ciudadanos que sufrieron hace tan solo 48 horas la violencia policial. Y preocupante porque dio luz verde a cualquier medida que pueda adoptar a partir de ahora el gobierno español o el Tribunal Constitucional. Desde la suspensión de la autonomía hasta la detención del president de la Generalitat y del Govern. Cualquier acción que se realice tiene desde ahora la bendición de Felipe VI. El Rey firmó en televisión con luces y taquígrafos un cheque en blanco a Mariano Rajoy y no es el primero que libra... aunque hasta la fecha todos han acabado mal.
Ni una apelación al diálogo ni a la negociación. Ninguna posibilidad de que se acepte un mediador internacional como ha propuesto el president Puigdemont y avalaba, por ejemplo, el Financial Times, llevando la cuestión como tema central de su portada. Ni el más mínimo indicio de que hubiera llegado al palacio de la Zarzuela el eco de las que pueden haber sido las movilizaciones más importantes que han habido nunca en Catalunya en el denominado paro de país y que inundó de ciudadanos durante toda la jornada las plazas más simbólicas de las poblaciones más grandes y de las más pequeñas. ¿Nadie le ha sabido transmitir al jefe del Estado que la revuelta catalana solo se detendrá en una mesa de negociación y no con el uso de la fuerza? A esa mayoría de la sociedad catalana, Felipe VI no solo la ignoró sino que la situó fuera de la ley. A los únicos catalanes a los que explícitamente envió un mensaje afectuoso fue a los que están en contra del Govern del president Puigdemont y de la mayoría parlamentaria de Junts pel Sí y de la CUP "que no están solos, ni lo estarán y tienen el apoyo y la solidaridad del resto de los españoles". Fin de la cita
Es muy probable que la arenga real precipite los acontecimientos de aquí y de allá. En cualquier caso, el Govern no va a cambiar sus planes en estos momentos y si había alguna posibilidad de que así fuera, el discurso de Felipe VI no hace otra cosa que cerrarle el paso. Pero habrá que escuchar a Puigdemont y Junqueras para certificarlo. Para los amantes de las comparaciones, el paso dado por Felipe VI no tiene nada que ver con el de su padre con motivo del golpe de estado de 1981. Juan Carlos I rescató la monarquía franquista aquel 23 de febrero y le dio una pátina de legitimidad con la que no contaba. Su hijo ha roto amarres con Catalunya, se ha situado enfrente de sus instituciones, ha despreciado a una parte creciente de la España que quería un acuerdo en torno al referéndum que representan Podemos y sus confluencias y ha precipitado el debate en España sobre Monarquía o República. El Rey, el jefe del Estado, aquel 1981, representaba a la gran mayoría de españoles; hoy, a tan solo una parte de ellos y a una minoría de los catalanes.
Mariano Rajoy ha quemado al Rey en una jugada desesperada que será profusamente aplaudida en Madrid y que el tiempo demostrará que es un salto al vacío. Porque a la partida le quedan aún muchas manos por jugar: que se aplique el 155, se suspenda a Puigdemont y al Govern, o que se les detenga antes del fin de semana. Porque detrás de Puigdemont hay hoy muchos Puigdemonts y aunque todo rastro de los gobernantes actuales se quiera hacer desaparecer con la fuerza de la represión, la actual mayoría social catalana no solo no se evaporará sino que su musculatura será entonces inabarcable para el Estado español.