La publicación de los datos del PIB español del segundo trimestre, con una caída del 18,5%, supera casi todas las previsiones que se habían hecho desde diferentes organismos oficiales, deja en evidencia al gobierno español y refleja la magnitud de la tragedia de la economía española. El coronavirus ha afectado lógicamente a todos los países pero no lo ha hecho de la misma manera. Los datos españoles son de largo los peores de Europa y se sitúan también en cabeza de la caída de las economías occidentales: casi 4,5 puntos más que Portugal, 5 más que Francia y 6 más que Italia; algo menos del doble que Alemania o Francia.
Son datos del desplome de la economía española y de la entrada técnicamente en recesión al estar dos trimestres en negativo y haber escalado hasta un retroceso en lo que llevamos de 2020 del 22,1%. Los datos conocidos este viernes son también malos si los cruzamos con las medidas aplicadas en plena pandemia contra el coronavirus: el confinamiento más duro con los peores resultados económicos y sanitarios. Y lo peor es que esto no se ha acabado ya que la manera como se ha gestionado, por ejemplo, el turismo internacional, con mensajes alarmistas permanentes, no es ningún buen preludio de lo que sucederá en el tercer trimestre cuando convergerán la caída del turismo y de las exportaciones. Se estima que tan solo uno de cada cuatro turistas extranjeros que hace un mes habían hecho reserva de billete de avión, de hotel o de apartamento en Catalunya acabarán llevando a cabo el viaje durante la última semana de julio y esta primera quincena de agosto.
No son datos para quedarse tranquilos y menos con todas las incertidumbres, en este caso sanitarias, que hay encima de la mesa. Habrá que acertar con las medidas económicas que se adopten ya que no todo puede basarse en un aumento incontrolado de impuestos que lo único que hará será sacar el dinero del circuito del consumo para acabar en las arcas de un Estado manirroto y extraordinariamente burocrático.
Harán falta consensos no tanto para gobernar como para exigir al gobierno español. Porque lo sorprendente es que el lehendakari del Gobierno Vasco, Iñigo Urkullu, ponga como condición para acudir a la reunión de presidentes que antes Sánchez pase por caja y le pague la deuda de 2.000 millones que tenía y todo el mundo le aplauda mientras que de la deuda con Catalunya no se pueda hablar nunca porque todo el mundo se excita. Empezando por los partidos unionistas catalanes, capaces de soportar con estoicismo la actitud española aunque esto suponga menor riqueza o mayor pobreza de la sociedad catalana.