La rectificación del Tribunal de Cuentas aceptando ahora el recurso de la Conselleria d'Economia y validando los avales del Institut Català de Finances por 5,4 millones de euros, que han de servir para pagar la fianza por la acción exterior de la Generalitat entre los años 2011 y 2017, es una victoria importante en la lucha jurídica contra la represión del estado español al independentismo catalán. Seguramente, la primera ante un organismo del Estado que da su brazo a torcer y que ha actuado, hasta la fecha, en sintonía represora con el Tribunal Supremo o la Audiencia Nacional. La combinación de imaginación a la hora de diseñar la arquitectura de los avales, la consistencia técnica de todos los procedimientos y la persistencia del conseller Jaume Giró creando el Fondo Complementario de Riesgos y tejiendo alianzas más allá del independentismo ―el gobierno español no lo recurrió y el PSC se abstuvo en el Parlament― han permitido llegar a este final feliz que solventa el lógico problema económico que suponía para 34 familias de ex altos cargos en este período, entre otros los presidentes Carles Puigdemont y Artur Mas, el exvicepresident Oriol Junqueras y los consellers Andreu Mas-Colell, Raül Romeva y Francesc Homs.
El camino abierto va a permitir hacer política en Catalunya con una cierta red económica, ya que el objetivo es proteger a pasado pero también a futuro a los servidores públicos, cosa que hasta la fecha no sucedía. Como consecuencia de ello, la persecución judicial era más fácil, ya que a las condenas de privación de libertad o inhabilitación se unía también la persecución económica. Para eso va a servir el Fondo Complementario de Riesgos que tuvo que asumir el ICF después de que las entidades financieras dieran un paso atrás y consideraran que no debían colaborar con la Conselleria d'Economia en una iniciativa que podía ser ilegal o tener un coste reputacional para ellas en España. Lo primero ya se sabe que no es así, ya que ha superado todos los obstáculos e incluso el Tribunal de Cuentas lo ha aceptado confirmando que era una medida jurídica y política impecable. No sería por tanto descabellado, en este contexto, que se replantearan su negativa inicial.
Acostumbrado, como está, el independentismo a que las victorias solo se logran, con el tiempo, en la justicia europea, ya que España es monolítica en su actuación punitiva, este triunfo sirve para aliviar el duro camino de la implacable represión. Porque es indiscutible que el estado español no ha dado su brazo a torcer en la persecución de políticos independentistas iniciada en 2017. El exilio, la prisión, la inhabilitación, las causas judiciales que hay abiertas y los más de 3.000 represaliados no son una invención. Son el día a día de una situación anómala que no se resolverá hasta que todo esto haya vuelto a la normalidad. Se podrá, incluso, inaugurar el Mobile World Congress con una apariencia de normalidad, pero será eso, apariencia. Nada más. Que nadie se confunda y mucho menos a 600 kilómetros de distancia, donde siempre se quiere ver una Catalunya irreal, inexistente.
Una Catalunya que le persigue y le atormenta, incluso en estos momentos tan difíciles para cualquier persona mínimamente inteligente, a Josep Borrell. Al alto comisionado de la Unión Europea, siempre a punto de hacer a cualquier hora, en cualquier sitio y en cualquier circunstancia, el ridículo, no se la ha ocurrido en medio de la amenaza nuclear en que nos encontramos y aprovechando una rueda de prensa en Bruselas que lanzar lo que creía que era un dardo envenenado al president Carles Puigdemont. Con tanta torpeza y mala fortuna para él que acabó trazando una similitud entre el presidente ucraniano y el de la Generalitat exiliado y, en el otro lado, al gobierno español y Putin. Más allá de eso, que Borrell utilice el atril del cargo europeo que ostenta para destilar su odio hacia Puigdemont no deja de ser un ejemplo más del escaso sentido del ridículo que tiene, de la ignorancia con la que se mueve y del daño que hace a la Unión Europea. Dios nos libre de Putin pero también de bomberos pirómanos como Borrell, que hace ya tiempo que tendría que haberse ido a su casa. La cantidad de errores o meteduras de pata que comete es cualquier cosa menos normal.