El pueblo catalán ha votado la restauración de Carles Puigdemont en la presidencia de la Generalitat. Se podrá decir más alto o más bajo, se podrá querer leer así o no, se podrá incluso querer hacer o no. Pero en un país democrático no hay una lectura superior tras unas elecciones que aquella que los ciudadanos han querido. En la mayor asistencia a las urnas registrada nunca en Catalunya y también en España -prácticamente el 82% de votos- el mensaje ha sido claro y contundente y ha repetido la mayoría absoluta independentista en el Parlament.
Con todo en contra, sin poder político ninguno y con la Generalitat cerrada, con sus líderes en el exilio o en prisión, con sumarios abiertos para perseguir judicialmente aunque sea injustamente a decenas y decenas de personas, con todos los medios de comunicación controlados bajo un férreo yugo por su galopante crisis económica, el catalanismo político ha sabido encontrar en las urnas la energía que necesitaba para renacer de sus propias cenizas y ser fiel a su historia: las decisiones que afectan a Catalunya no se toman en Madrid. Se toman en el Palau de la Generalitat y en el Parc de la Ciutadella, la sede de la soberanía popular.
El independentismo ha infligido a Mariano Rajoy la mayor derrota de su carrera política y se presenta en Europa y en Bruselas ante aquellos gobiernos que cerraron filas con el presidente del gobierno español con nuevas credenciales. Quién sabe si la noche de este jueves 21 de diciembre ha sido el inicio del declive de la carrera política iniciada por el inquilino de la Moncloa en 1982 como director general de Relaciones Institucionales de la Xunta de Galicia. Con su actuación durante estos meses, además, ha comprometido seriamente al rey Felipe VI y a la monarquía haciéndole adoptar decisiones impropias de una jefatura del Estado como la española y confrontándole directamente contra una parte muy importante de los catalanes.
Ciudadanos ha ganado las elecciones, ciertamente, pero este titular tiene una duración de 24 horas. Demasiado poco ante la gesta protagonizada por el independentismo. Los partidos del 155 salen esquilmados de su cita con las urnas y han recibido un varapalo histórico. De los que no se olvidan en tiempo. El pueblo de Catalunya ha hablado: ahora hace falta saber si Madrid, por una vez, sabrá leer con astucia los resultados o proseguirá en la senda de judicialización de la política catalana. Catalunya ha demostrado que la fuerza no es suficiente para doblegarla y que quiere decidir su futuro. Que con su dignidad no se juega desde los despachos del Palacio de la Moncloa y que su capacidad de resiliencia es casi ilimitada. Que no está dispuesta a traicionar su historia milenaria como antes otros hicieron en el pasado y que ya no se vende por un plato de lentejas. Que una nueva generación de catalanes no quiere volver a la indigencia política y a esa autonomía en la que nada se puede decidir y no hay dinero para gestionar nada con una mínima dignidad.
Si Pedro Sánchez tuviera coraje político y los arrestos propios de un líder de los que parece carecer, hoy mismo, sin esperar a mañana, presentaría una moción de censura al presidente del gobierno español por la vergüenza internacional a la que ha sometido a España en esta jornada electoral en Catalunya. Con el resultado de este 21-D se han acabado las bromas sobre una Catalunya silenciosa que no se sabe lo que piensa. Con el 47,5% de los votos a favor de partidos independentistas, 4,1 puntos más que los partidos unionistas, ya se sabe quién tiene la mayoría y quién no la tiene.
La legitimidad institucional y la continuidad histórica ha quedado asegurada con este resultado. No es tiempo de rencillas en el independentismo. Puigdemont debe encabezar el nuevo Govern y llevar la batuta para dar los pasos necesarios para armar el nuevo Ejecutivo, que debe ser homogéneo con Esquerra Republicana, el partido que lo tenía todo a favor para liderar el espacio independentista y que ha visto como la lista del president le sobrepasaba. Nunca un liderazgo como el de Oriol Junqueras le había hecho tanta falta a un partido como ERC, que el vicepresident había hecho a su medida. Los partidos son muy propensos a pasar cuentas cuando los resultados no son los esperados y es normal que sea así. Pero el análisis que hagan PSC, PP y los comunes, grandes derrotados de esta jornada, no puede ser el mismo que el de los republicanos. Sería muy injusto. Una campaña con Junqueras en la prisión era mucho más difícil de lo que parecía para ERC, ya que la profusión de liderazgos no era suficiente para llegar a aquellos espacios electorales a los que, en su partido, solo llega el vicepresident y no ha podido hacerlo desde su celda de Estremera.
Hoy Catalunya ha escrito una página brillante de su historia. Contra todos y solo con el único apoyo de los catalanes. Se repite la historia. Buenas noches y buena suerte.