Desde este jueves, un total de 224 municipios catalanes —de los 947 existentes— y un total de quince comarcas —de las 41 del territorio— sufrirán las restricciones de agua en la lucha contra la sequía. Se verán afectados de una manera u otra cerca de 6 millones de catalanes, al ser las más perjudicadas las zonas más pobladas del país. Lamentablemente, estamos ante una noticia esperada desde hace demasiado tiempo y, aunque es cierto que la razón fundamental es la falta de lluvia, gobiernos y administraciones son también responsables. Se ha abordado un tema tan capital como el del agua desde el dogmatismo político, desoyendo el criterio de los especialistas en la materia, negándose a buscar soluciones en el medio o en el largo plazo como hubiera sido en su momento el trasvase del Ródano y, finalmente, haciendo la vida imposible a las empresas del sector viéndolas como un competidor y no como el cooperador imprescindible para encontrar conjuntamente una solución.
El próximo 14 de marzo se cumplirán quince años desde que el entonces conseller de Medi Ambient, el dirigente de Iniciativa per Catalunya Francesc Baltasar, hacía la siguiente plegaria a la Virgen de Montserrat para que lloviera, aprovechando los funerales del exabad de la basílica Cassià Maria Just: "Sabes que soy agnóstico, pero si puedes hacer alguna cosa, hazla". Baltasar lo explicaba ante la preocupación ciudadana y la avalancha de críticas motivadas por la pasividad del momento. Estamos hablando del 2008 y, más allá de la escena, tan surrealista como preocupante, que el entonces conseller reveló a Catalunya Ràdio, semanas después de su plegaria y, más allá de poner una vela a la virgen del Socorro o a santa Rita, la patrona de las causas perdidas, y otra a la Moreneta, no se ha hecho nada más para no encontrarnos en el mismo sitio donde estamos.
La propia consellera de Acció Climàtica, Agricultura i Alimentació, Teresa Jordà, declaraba el pasado mes de noviembre y con las primeras restricciones de agua en marcha para la industria, la agricultura y su uso en parques y jardines, pero sin impacto directo para la población, que "la ciudadanía no lo notará. No habrá cortes de agua. Tenemos garantizada el agua de boca para más de un año". También pronosticó un enero y febrero en los que llovería por encima de lo que suele ser habitual en estos primeros meses del año, una predicción que ha quedado muy lejos de lo que ha acabado sucediendo, como se puede ver en los mapas del porcentaje de precipitación de la media climática 1991-2020. Por eso, los pantanos están en un preocupante 28% de su capacidad total de almacenamiento de agua.
La Agència Catalana de l'Aigua también ha actuado con una lentitud de tortuga y solo hace falta escuchar a los agricultores de los puntos más dispares que se sienten amenazados por la sequía y que se encuentran en una tesitura desconocida: no es solo el riesgo de perder una cosecha sino que, entre otros, almendros u olivares se puedan morir por falta de agua y perjudicar muy seriamente a un sector importante económica y territorialmente en Catalunya. Eso por no hablar de cómo afecta la sequía más allá de la agricultura, como es en la ganadería, donde sin agua no hay pastos, y no queda otra que pagar por la alimentación de los animales.
Que todo esto suceda en Catalunya, y, de manera muy especial, en Barcelona y su área de influencia, y que el país cuente con un operador como Agbar que, en los diferentes estudios internacionales que se llevan a cabo periódicamente, siempre aparece como el primero del mundo en eficiencia y en calidad de servicio, es muy alarmante. Las políticas hídricas del ayuntamiento de Barcelona durante estos últimos años y en parte también las de la Generalitat han ido en contra de los intereses de la población. Ha primado la demagogia partidista por encima del interés general, que nunca debería quedar en segundo término. Si no hubiera sido así, la reutilización de agua para su uso potable, que ahora se va a poner en marcha, se hubiera hecho con antelación y las reservas serían mayores.
Explicaba el presidente de Agbar, Ángel Simón, hace unos meses, que uno de sus proyectos vinculados a los fondos Next Generation era hacer posible la reutilización del agua para uso doméstico en el área metropolitana de Barcelona y que eso significaría incrementar el tratamiento en las depuradoras, devolverla al río y luego volverla a usar. Darle una nueva vida a esta agua comportaría que la presente fuera la última sequía en términos de reservas y consumo. El planteamiento es ambicioso y cabe confiar que, de una vez por todas, se dejen de dar palos de ciego y se abandone la idea, que tanto daño ha hecho, de que el mejor camino es el de la gestión pública y no el de la empresa privada. Tocar lo que funciona nunca acaba siendo un buen negocio. En el caso del agua, por su experiencia, compromiso y los resultados obtenidos hasta la fecha, seguro que no.