El Partido Nacionalista Vasco (PNV) y el Partido Socialista de Euskadi-Euskadiko Ezquerra (PSE-EE) acaban de anunciar que han cerrado un acuerdo para facilitar la gobernabilidad en las instituciones forales y locales del País Vasco por el que se darán apoyo recíproco allí donde ello les garantice conformar gobiernos de coalición. Este pacto no es novedoso, si se tiene en cuenta que llevan suscribiéndolo desde 2015. Pero es enormemente importante, ya que el pasado 28 de mayo se dibujó en el País Vasco un escenario político inédito y radicalmente diferente al de 2019. En aquellos comicios, el PNV fue primera fuerza política con alrededor de 400.000 votos y el 36%; Bildu, por su parte, se quedó en unos 280.000 votos y el 25%. Cuatro años después, las fuerzas se han igualado: el PNV ha registrado alrededor de 322.000 votos y el 32%, mientras que Bildu ha subido a los 300.000 votos y el 30%. Todo ello, con cinco puntos menos de participación.
PNV y Bildu, con idénticas estrategias desde la derecha y la izquierda en Madrid, han sacado rédito político y han sangrado a los socialistas, que han perdido unos 20.000 votos. Una situación radicalmente diferente a la de Catalunya, donde el PSC ha conquistado la primera plaza al imponerse en número de votos, y, con ello, ha recuperando una posición hegemónica de la que no disponía desde antes del procés. No hay gráfico que permita ser optimista para el espacio independentista en tantas y tantas ciudades si se deja fuera del análisis Barcelona. En la corona barcelonesa los resultados obtenidos por el independentismo son clamorosamente malos. Algo mejores pero ridículos para Esquerra, nefastos para Junts, dándose el caso que la CUP incluso tiene uno más que los juntaires si no se incluye en el balance la capital catalana. La formación anticapitalista puntúa en Badalona (1), Sabadell (3), Rubí (2), Cerdanyola (2) y Barberà (1) mientras que los juntaires en Terrassa (2), Sabadell (2) y uno en El Prat de Llobregat, Cerdanyola, Mollet y Gavà. Esquerra llega, en total, a 50 concejales.
Pero volvamos a la situación en Euskadi. La rapidez de PNV y PSE a la hora de cerrar un acuerdo expresa varias cosas. En primer lugar, la musculatura organizativa de los peneuvistas para cerrar el paso a Bildu. Pasan los años y sigue siendo válida aquella máxima de hace décadas tantas y tantas veces repetida por dirigentes del partido que fundó Sabino Arana: "Nosotros con Batasuna nos encontramos en medio de la calle, nos saludamos y, después, cada uno por su acera". Pues eso, las coaliciones no se hacen en clave nacional, sino primando intereses electorales y restando interlocución política y poder a una nueva formación por más fuerte que toque a la puerta. Bildu, en ese aspecto, es un problema tanto para el PNV como para el PSE.
Hay otra cosa también a reseñar: el PNV ha visto en estas elecciones las orejas al lobo. Nunca había estado tan cerca de perder su hegemonía en el mundo nacionalista y, de hecho, la ha perdido en Álava por tres puntos y en Gipuzkoa por casi nueve puntos, una auténtica paliza, máxime teniendo en cuenta que hace cuatro años quedó por delante. Sin embargo, el rápido movimiento de los peneuvistas, adelantándose a cualquier acuerdo entre los socialistas y Bildu, evidencia que la sociovergencia vasca tiene poso y una salud de hierro. Y que la formación de los Andoni Ortuzar, Itxaso Atutxa, Joseba Egibar y Aitor Aguirre, entre otros, sigue conservando una habilidad enorme a la hora de muscular en términos de poder. Bildu ha aprendido mucho bajo la batuta de Otegi —de ahí la rentabilidad de su política en Madrid— pero en Euskadi aún persisten muchos temores e intereses para que la situación de los últimos cuarenta años —con la excepción del período Mayor Oreja, la alianza PP-PSE-EE que hizo lehendakari al socialista Patxi López (2009-2012)— se mantenga férreamente en el mismo sitio.